Cada parroquia de Valencia tiene su historia. Imponentes edificios arquitectónicos se dibujan en la actualidad en los enclaves más insospechados para los valencianos del tercer milenio. Todo tiene su sentido. Los templos que nacieron a las afueras de la gran urbe, o en las cercanas pedanías, han quedado rodeados por carreteras, populosos barrios, vías ferroviarias o puentes que dan paso a gigantescas circunvalaciones.

Alquerías históricas, huertas y acequias de riego centenarias han perecido ante la vorágine urbanística, pero no lo han hecho las iglesias. En ese caso, el peso arquitectónico y religioso de los edificios han ganado la batalla a la ciudad, y más concretamente al asfalto.

La religiosidad se vive junto a la autopista e incluso sirve de emblema de bienvenida para el visitante de Valencia. Es el caso de la iglesia de la pedanía de la Punta (de la Puríssima Concepció) un espectacular templo construido en 1907 por el afamado arquitecto Francisco de Mora Belenguer, responsable también del Mercado de Colón. Su belleza se ensalza desde la entrada al Cap i Casal viniendo del Saler, en un entramado visual en el que confluyen los campos de legumbres, las alquerías, las vías del tren, los contenedores portuarios y, al fondo, los blancos museos y auditorios de la Ciudad de las Artes y las Ciencias del arquitecto Santiago Calatrava.

Una sensación similar se tiene en la entrada a Valencia desde Torrent. La iglesia de Sant Isidre Llaurador i de Nostra Senyora dels Desemparats se levantó en 1902. Obra del arquitecto Joaquín Arnau Miramón, es un edificio construido, como aparece en los documentos de la época, «sobre un campo de habas»; lo que da muestras de su pasado agrícola. Ahora la iglesia se encuentra estrangulada por la variante de Valencia junto al río, a la salida de la autovía de Torrent (CV-36) y junto a las vías del tren.

Entre la Ronda Nord y Corts

Desgraciadamente mucha gente todavía cree que Beniferri es una parada del metro. Esta pequeña pedanía del oeste de Valencia ha quedado totalmente escondida entre el agujero de la Ronda Nord —cerca de Burjassot—, Benimàmet, y los rascacielos de la avenida de les Corts Valencianes. Su pequeña iglesia, en honor a Sant Jaume, del barroco tardío, fue restaurada a principios del siglo XIX y desde entonces es testigo de como crece la ciudad verticalmente. Los millares de coches que acceden por la carretera de Llíria a Valencia encontrarán ahora el templo detrás de un rótulo luminoso en el que se puede leer «Casino». Este edificio de juegos de azar ha sido otra de las construcciones que ha acabado por rodear esta pedanía por la que siglos atrás pasaban carros con destino a Aragón (como reza todavía en alguna casa) y en la que apenas viven noventa vecinos en las contadas calles existentes.