Entre 1,8 y 2 millones de personas pasan todos los años por el Museo de las Ciencias Príncipe Felipe, lo que lo convierte en uno de los museos más visitados de España, sólo por detrás del Prado (2,7 millones) y del Reina Sofía (2,3). Se enmarca, además, en el complejo de la Ciudad de las Artes y las Ciencias, que con 3,7 millones de visitantes es, así mismo, el «monumento» más visto de España, por delante incluso de la Alhambra de Granada (3 millones), aunque incluyendo, eso sí, l’Oceanogràfic.

La incógnita es si el Museo de las Ciencias tiene su éxito por el tirón del majestuoso complejo ideado por Santiago Calatrava o tiene un atractivo museístico propio. En otras palabras, si el contenido está a la altura del continente.

La respuesta dependerá de cada persona, pero en general sus exposiciones resultan muy interesantes y hasta divertidas, sobre todo para los niños y adolescentes, público al que está especialmente dirigido. No desmerece al entorno.A los ojos de un visitante ocasional el museo desvela muchos de los secretos y curiosidades de la ciencia, bien en talleres, bancos de pruebas, paneles o con ayuda de superhéroes, incluidos los futbolistas del Valencia CF, que para muchos lo son.

Misterios de la ciencia

La primera planta es completamente interactiva, con una sección «A toda Vela» donde los niños pueden probar instrumentos sonoros, crear olas o conocer los secretos de las corrientes y los vientos; un «Teatro de la Electricidad», en el que las campanas suenan solas o las velas se apagan sin soplar; L’Espai dels Xiquets, donde los niños pueden terminar una casa con ladrillos grúas o carretillas; la muestra «Cuidamos tu calidad de vida», que mide tu fuerza, toma tu tensión o comprueba tu forma; y un «Exploratorio» cargado de lentes, espejos, pilas humanas y magnetismo.

Completan este espacio el increíble Péndulo de Faucault, con una caída de 34 metros de altura, y una escultura de 15 metros de talla que representa la molécula de ADN. Son la dos piezas más fotografiadas del museo, auténticos emblemas.

La planta segunda, por su parte, es la más culta. Espacialmente muy apretada, está dedicada a los premios Nobel, más exactamente a Jean Dausset, Severo Ochoa y Ramón y Cajal, paneles, audiovisuales, comentarios y lecciones que se completan con la sorprendente obra artística de muchos científicos del siglo XX. Es la más aburrida y, por ende, solitaria.

Medicina y cómic

Y subiendo a la tercera planta puede completarse un recorrido que no deja agujero alguno en el mundo de la ciencia, siempre partiendo de «excusas» de lo más atractivas. Mirando fijamente al Doctor Muerte puede verse desaparecer a la Mujer Invisible; en la pared de Spiderman hay agujeros similares a los que encontraríamos en los ladrillos si fuéramos del tamaño de una araña: y los secretos del calor nos los cuenta la Mujer Antorcha en la exposición «Marvel Superhéroes».

En la «Academia del Espacio» el astronauta Pedro Duque guía al visitante hasta la Estación Espacial Internacional, una réplica de la que es otra de las atracciones de este planta. Y en el apartado dedicado al Valencia CF se alternan los triunfos y la historia del equipo con detalles científicos que pueden influir en el rendimiento de los jugadores. Saben que para un buen defensa es importante tener una buena visión periférica o que el equilibrio, la rapidez o los reflejos dependen de nuestro cerebelo y de las células de Purkinje, capaces de comunicarse con otras 100.000 neuronas a la vez.

Esta tercera planta se completa con el gran «Bosque de cromosomas», un recorrido por las enfermedades, el cuerpo, la composición genética del hombre y las posibilidades de la medicina. Lo mismo que «L’Espai dels Xiquets» es el lugar favorito de los niños (hay que hacer turnos en días punta), éste es el preferido de los mayores, porque resuelven incógnitas que nunca antes habían podido despejar.

Las claves del cáncer o del alzhéimer están explicadas en sus paneles, también muchos secretos del crecimiento y de la vida, pero si alguien se deprime a lo largo de la visita, la muestra cierra con algunos de los epitafios más optimistas de la historia. «Disculpe que no me levante señora», dejó escrito Groucho Marx. «Sólo le pido a Dios que tenga piedad con el alma de este ateo», relató Don Miguel de Unamuno.