Uno de los actos más populares de los carnavales de Villar del Arzobispo es la "quemà de El Chinchoso", el personaje internacional más negativo del año, mérito que se llevó en una edición el presidente norteamericano Bush por su afición a entrometerse en todos los conflictos bélicos del mundo.

Otra singularidad de los carnavales es que aquí no se entierra la sardina, como en casi todos, sino que se hace la incineración de la Morca (morcilla), la que pasean entre sollozos y euforia por el pueblo, acto en el que aprovechan para dar a conocer el extraordinario embutido de la villa.

Hace 30 años que los carnavales de Villar del Arzobispo fueron rescatados del exilio a que los sometió el franquismo, gracias a un grupo de empeñosas personas que no querían se perdiera esta tradición, que hunde sus raíces en la colonización islámica, aunque luego se le cristianizó, permitiéndosele se celebrara en vísperas del miércoles de ceniza, a manera de despedida del mundanal jolgorio para vivir el morado de la cuaresma.

Los carnavales del Villar son de fuerte raigambre y personalidad como las gentes de este pueblo y su lengua, el villarengo, variedad de la lengua churra, estudiada por el desaparecido artista local Rafael Pérez Contel, que llegó a reunir un importante vocabulario de esta lengua fronteriza entre el castellano y el valenciano. Le acompañé el día que fue mantenedor de la reina de las fiestas en el campo de fútbol del pueblo e hizo un cariñoso y sabio discurso sobre esta peculiaridad idiomática.

Antiguamente, el Carnaval era de sólo un día y dedicado a la desinhibición de la gente, que se disfrazaba de botarga -del árabe butarij- , indumentaria hecha de cualquier cosa doméstica con la que se conseguía figuras grotescas y deformadas y para la risa. Por grupos, acompañados de charanga musical, desfilaban por las calles, acercándose al resto del vecindario a los gritos de "Guruguruguru que no me conoces, que no me conoces", (grito tribal berebere, el guruguruguru) - de cuando Villar era cien por cien musulmana.

En Villar tienen a gala remontar su cultura bien lejos. Pérez Contel me llevó a un alfar, sito cerca de la balsa, donde utilizaban aún las medidas griegas -de la Grecia clásica- , transmitidas de generación en el taller familiar, en la producción de los cacharros de barro.

El régimen del general Franco prohibió en la posguerra todo devaneo carnavalesco, y con la democracia, año 1981, fue recuperada la tradición del carnaval, pero corregida y aumentada. Cada año se superan en imaginación y creatividad, que despliegan a lo largo de un apretado fin de semana.

El primer día (jueves, 16, por la noche), la Morca (una gran morcilla hecha de madera, papel y cartones) es llevada por mujeres desde el taller de su confección al almacén que hará de tanatorio, que la albergará hasta el día de su entierro. Al velatorio está invitado todo el mundo y es acompañado por una animada verbena y cazalla a gogó. Hay reparto de bocadillos "con morca y longanizas de la jarra". "Salida de El Chinchoso y bajá de la Morca. Verbena con congreticos y mistelica".

El viernes 17, a las 15.30, desfile del carnaval escolar. A las 19.30, desfile de botargas. al atardecer, desfile del carnaval escolar y más tarde de las botargas por el pueblo incordiando a los espectadores, a quienes animan a unirse a la fiesta, adobada con música, el rico vino del Villar y cazalla. Por la noche, a las 22 horas, muy divertido, el Concurso de Murga, con coplillas criticonas, a la manera de Cádiz, de la actualidad local, regional y nacional. Para desintoxicar y suavizar, la noche acaba en verbena hasta el amanecer.

El sábado 18, a las diecisiete horas, Gran Desfile de Carnavales. Desfile de las Botargas. La multitud de participantes recorre las calles del pueblo a los sones de ocho bandas de música. No sólo forman el cortejo los del pueblo, llegan de toda la comarca y provincias, siendo también numerosos los de la capital. Pueden llegar a juntarse 25.000 botargas. Luego correfoc, bocatas y vasico de vino. A las 22.30 horas, entierro de la Morca. Termina la noche con una gran verbena. Se trata de un entierro mezcla procesión semansantera, la calle a tope de gente, con antorchas, y marcha carnavalesca, curioso coctel molotov que impresiona al más escéptico en la materia. Un entierro en el que no faltan las plañideras en sus momentos de gravedad, que, de repente, se torna en alocado desfile. Difícil de explicar, hay que verlo.

Más que enterrar la Morca, los del Villar, tan modernos como fuertes para la fiesta y la jarana, muy modernos, la incineran. Antes lo hacían repleta su panza de fuegos de productos pirotécnicos, que estallaban con el primer fuego, pero los burócratas de las normas se cargaron la costumbre y la incendian de manera quieta, pacífica, tranquila y silenciosa. Sólo con el acompañamiento visual de un castillo de fuegos de artificio en la distancia.