Parece increíble que un hombre sin estudios, que jamás fue a la escuela, que odiaba los planos, y que no medía ni calculaba nada fuera consultado constantemente por ingenieros y arquitectos para solucionar los problemas mecánicos a los que no podían, o no se atrevían, a hacer frente. Con los conocimientos necesarios tal vez hubiera pasado a la historia como algo parecido a un genio. Y es que lo suyo era pura improvisación sobre el terreno para aquello que no tenía solución aparente.

Ricardo Cánoves Macián —conocido como «El Pernales», en honor a un famoso bandido de Sierra Morena que destacó por su valentía y arrojo — era resolutivo. Llegaba, observaba el problema al que debía hacer frente, decidía qué maquinaria utilizaría y cuál era el sistema adecuado de trabajo y se ponía manos a la obra. O, mejor dicho, se ponía a dar órdenes a diestro y siniestro. Porque los que le conocieron de cerca aseguran que si algo tenía El Pernales era decisión y temperamento. Y debió tener un carácter muy particular porque, al parecer, nadie le rechistaba. Ni directores de obra ni operarios. Lo que decía El Pernales se cumplía a rajatabla. Pocos le replicaban porque en el 99 % de los casos Ricardo Cánoves Macián tenía razón. De esta forma el trabajo se simplificaba: Las cosas se hacían como él decía. Y punto.

Hablar de los inicios de El Pernales implica narrar la miseria de una familia humilde en tiempos difíciles. Ricardo Cánoves Macián nació en Picanya en 1912 y fue el mayor de siete hermanos en una familia que se dedicaba al transporte de materiales pesados con la simple ayuda de caballos. A nadie le extraña que a los 12 años ya trabajara y que jamás pisara la escuela. Eso era para otros, no para el mayor de una prole que se crió con la mano dura de un padre que tal vez no mostrara excesivo amor por su hijos, pero que consiguió que su primogénito mantuviera toda su vida un arrojo por el trabajo bien hecho que traspasó fronteras.

Hecho a sí mismo

El Pernales era un tío listo y con ambición, aunque más por conseguir aquello que los demás no se atrevían que por enriquecerse. Continuó durante años con el transporte de mercancías pesadas —sustituyendo los animales por vehículos a motor— e incluyó en su empresa sin nombre la tala de árboles. Entonces empezaron a llegar los encargos, entre ellos la tala de 314 árboles de la avenida del Puerto, que suponían un problema para la nueva urbanización del camino al Grao. El proyecto había salido a concurso tres veces, pero nadie se atrevía. El Pernales se ofreció y aseguró que necesitaría unos tres o cuatro meses para concluir la obra. La hizo en 45 días. Sin interrupción del tráfico ni desgracias personales.

A partir de entonces comenzaron a llegar los «encargos imposibles», que desencadenaron, ahora sí, en una empresa —Grúas Pernales SL— que se atrevía con todo. Desde la supresión de toda la red viaria del tranvía de la ciudad hasta el conocido toldo de la plaza de la Virgen, pasando por la colocación de la escultura del Cid en la plaza de España. La clave de su éxito residía, aparte de en su inteligencia inusual, en la fabricación de sus propios vehículos. Y es que El Pernales inventaba sus grúas y les añadía o suprimía aquello que necesitaba en función del trabajo a desempeñar.

Y su fama traspasó las fronteras. nacionales e internacionales. Los encargos de cualquier parte de España fueron frecuentes y se centraban, sobre todo, en «sacar, enderezar o trasladar», prácticamente, cualquier cosa. Desde rescatar los vagones de un tren, sacar un autobús de un acequia o recuperar un barco hundido durante 15 años, hasta trasladar un puente de 162 toneladas unos cinco metros en cuatro horas. ¿El secreto? Idear un sencillo mecanismo de poleas, colocar el sistema de forma adecuado, compensar los pesos e incluir los elementos necesarios en sus máquinas para realizar el trabajo. En los años de bonanza fue ampliando su empresa, pero entre sus aspiraciones no figuraba el enriquecerse a toda costa. Por ello, aceptaba los trabajos como un reto personal. El dinero, era pues, un asunto secundario.

Nadie sabe bien cómo conseguía El Pernales llevar a cabo sus hazañas. Ni tan siquiera aquellos que le vieron trabajar bien de cerca, incluido su propio nieto, que se llama como él: Ricardo Cánoves. Desde muy joven, el primero de sus nietos aprendió la faena «del abuelo». Él es quien explica cómo era Ricardo Cánoves. Y mientras relata algunas vivencias y recuerda cómo se llevaron a cabo algunos de sus proyectos, sonríe, henchido de orgullo. «Es difícil explicar cómo podía conseguir cosas imposibles sin medir, ni calcular nada. Era un genio. Hizo cosas increíbles», relata mientras contempla el sistema de nuevo entoldado que cubrirá la plaza de la Virgen. «El toldo— y lo señala— estaba ya obsoleto, y el mecanismo había que cambiarlo, pero el sistema de ahora lo ideó El Pernales y debe ser bueno porque va a continuar muchos más años».

El picanyero que quiso rectificar la inclinación de la torre de Pisa

Ricardo Cánoves Macián, «El Pernales», traspasó las fronteras nacionales cuando se presentó a un concurso internacional para rectificar la torre de Pisa, convocado por el Ministerio italiano de Obras Públicas. En total se presentaron 14 proyectos, entre ellos el del picanyero que se atrevía con todo. El Pernales viajó en varias ocasiones a Italia para explicar un proyecto que rectificaba en uno o dos metros la inclinación de la torre. Según explicó en una entrevista de 1972, el proyecto no le parecía «tan difícil». «Estoy seguro de mis trabajos —aseguraba Ricardo Cánoves en declaraciones— porque todo se centra en un sistema de tensado de cables y de hormigón. La torre de Pisa tiene 20 metros de diámetro. Eso no es nada. Ahora mismo voy a trasladar una casa de tres pisos, y tiene más dificultades que la torre de Pisa». Y es que El Pernales era un hombre seguro de sí mismo, a pesar de carecer de estudios y no ser excesivo amigo de los planos.

Finalmente, el ayuntamiento de la ciudad italiana dejó el edificio como está al considerar que ninguno de los proyectos presentados solucionaba el problema salvaguardando el edificio. Sin embargo, la ocasión supuso el salto definitivo de El Pernales al reconocimiento internacional. Por ello, fue uno de los trabajos de los que estuvo más orgulloso.