En la calle de Caballeros es sobradamente familiar el rótulo del Teatro Talía, que, bajo el patrocinio del gobierno autonómico, ofrece a diario obras en su escenario. Pero este espacio teatral tiene para los valencianos una entrañable historia de más de ocho décadas de tradición. Aquel local corresponde a lo que fue -y es- la Casa de los Obreros, entidad social que se fundó en el año 80 del siglo XIX, y que sucedía al Círculo Obrero, que aglutinaba a diversos gremios. Fue en el año 1928 cuando se construyó el inmueble que todos hemos conocido, y en cuyo vestíbulo puede leerse una placa que recuerda que un año después, en 1929, el salón y escenario empezaron a verse ocupados por obras teatrales interpretadas generalmente por artistas locales, de muchos de los cuales hablaremos más tarde. Precisamente, en la pasada década de los años noventa se celebró una fiesta en recuerdo de los directores, actrices y actores que allí actuaron, y que lograron una gran aceptación y aplauso por el público. Luis Ibáñez Gadea, en representación de la Generalitat e hijo de una destacada actriz de años anteriores -y de un popular crítico radiofónico- presidió la multitudinaria sesión.

Tras la guerra civil, el teatro Casa de los Obreros atrajo semanalmente a millares de valencianos -entre los que se encontraba quien esto firma, un muchacho entonces-, y sábados y domingos presentaba repertorio de teatro español, con una nutrida compañía que dirigía un excelente actor, José Codoñer Talavera, quien mediada la década siguiente tuvo rango nacional, como explicaremos.

Codoñer era un excelente actor, pero no quería salir de Valencia, pues tenía su vida asegurada con un estanco que atendía en la calle del Conde de Altea. Un día, llegó a Valencia la compañía Lope de Vega, de José Tamayo, que iba a reponer la recién estrenada La Muralla, encabezada por Manuel Dicenta; pero el segundo actor se puso enfermo, y a pocas horas pensaron en suspender. Pero el empresario del Teatro Eslava, Vicente Barber, le dijo a Tamayo que en Valencia tenía un primer actor que en una noche era capaz de aprender el papel y ensayarlo por la mañana. Así se hizo, y a la noche siguiente se levantó el telón con el estanquero que quedó ya contratado fijo por Tamayo y llegó a ocupar cabecera en el Teatro Español de Madrid.

Pero la compañía que Codoñer había formado en la Casa de los Obreros siguió, dirigida por un excelente actor cómico, Ramón Juan, y en la que pudimos ver a figuras como Amparo Ferraz, Clotilde Roca, Enrique Hurtado -destacado profesional de la óptica-, José María Masiá, padre del periodista José Luis Masiá, fallecido prematuramente, y una larga lista de intérpretes que, como aquel director, tenían su vida diaria en el trabajo en Valencia y no pretendieron emigrar.

La Casa de los Obreros nos hizo a los jóvenes de la época conocer a autores destacados; allí pudimos ver obras de Muñoz Seca, Arniches, los Álvarez Quintero, José María Pemán, Enrique Jardiel Poncela, Jacinto BenaventeÉ que a muchos nos hizo ya aficionarnos a la escena como espectadores incorregibles.

El teatro de la Casa de los Obreros seguía adelante los fines de semana -los actores ensayaban los restantes cinco días por la noche, cuando terminaban en sus trabajos cotidianos-, y el local era capaz de competir con llenos absolutos con ocho teatros de empresa privada que había entonces en la ciudad: Principal, Apolo, Eslava, Serrano, Ruzafa, Alcázar, incluso el Gran Teatro -después, cine Rex- y Lírico. El Olympia y el Princesa aún ofrecían cine.

Pero llegó la década de los sesenta. Y la directiva de la Casa de los Obreros pensó que podía ceder el escenario a un empresario, pues la compañía iba, como los espectadores, cumpliendo años. Y surgió un intrépido amante del espectáculo, el maestro nacional e impresor de la calle de Quart -entonces, Cuarte- Mariano Guillot Calatayud, que tomó las riendas del local y lo puso en actuación diaria, con el rótulo de Teatro Talía, iniciando la campaña con una compañía encabezada por el primer actor y director valenciano -aunque con rango nacional- Salvador Soler Marí.

Esa fue la última empresa privada que mantuvo levantado el telón de la Casa de los Obreros, y que, como ahora, pasó posteriormente a la administración pública.