Alejandro Sánchez conoce todos los resortes de la naturaleza humana y sus expertas manos de fisioterapeuta son capaces de restaurar las funciones orgánicas perturbadas por los agentes internos o externos atentatorios a nuestra integridad. Ejerciendo su profesión más allá de los seres humanos se adentró en otra naturaleza, la de los bosques, descubriendo en su espesura un mundo de los sueños en que son posibles tantas cosas; lloró por los claros resultantes de las tales, percibió los rumores de las voces silenciosas y en la espesura los ecos las sombras de criaturas que solo asoman cuando perciben el amor de los hombres por la naturaleza.

Alejandro Sánchez quiso intervenir en ese otro orden a veces ignorado, tantas despreciado, que son paraíso cercano que alejamos del entorno de nuestras sensaciones y contando con Nuria Pérez que, como él mismo, se había adentrado en el mundo de los sueños en el que son posibles tantas cosas; enraizados ambos en las tierras olvidadas crecidos como sus troncos; con el firme propósito de sumergirnos en las espesuras nemorosas, decidieron reproducirlas todas en el espacio de doscientos metros que en el número 14 de la calle de Erudito Orellana transforma la ciudad en un espacio para imaginar, para creer, para amar a los objetos inanimados que nos entrenará en el arte de solidarizarnos con la naturaleza.

Tres robustos troncos con ramas envolventes cercan la fachada y através del cristal nos da la bienvenida el unicornio de blanco peluche. Con el primer paso en el interior nos embriagamos del aroma de las plantas y las flores que desprenden las velas encendidas o los prendidos inciensos. El paso se amortigua sobre el césped y a la derecha se arrincona una gruta perforada en la que sonríen los elfos, valerosos y prudentes, que han podido trepar desde la seta dispuesta para eliminar los humos de sus hogares por la diminuta chimenea. A la izquierda un paisaje de nieves y cascadas cantarinas desde cuya altura vigila Dango, el rey de los gnomos, con picaresca mirada rompiendo la serenidad del cielo azul. En el centro un árbol, completo, entre cuyas ramas juguetean las hadas que han abandonado sus atuendos principescos para vestirse de ropas como las que podrían utilizar todas las niñas. Es posible que durante la noche, cuando las tinieblas sustituyan a los neones, las hadas se despojen de sus trajes y cubiertas de tules, desplegando sus alas, venciendo la resistencia del jabalí que con su jabato las vigila a pié de árbol, revoloteen por la estancia al encuentro con los gnomos con los que mantendrán esas conversaciones que no entenderemos nunca; tal vez cabalguen juntos a lomos del unicornio, se bañen en las aguas del río que atraviesa el centro del local de parte a parte mientras los peluches canten a coro sus gracias desde el puentecillo de madera por el que podemos vadearlo.

Allá, en la lejanía del fondo, una gruta encendida por el rojo sol de los ocasos abriga el poblado indio con sus tiendas de campaña y el pozo de los deseos en que quizá los elfos y las hadas profieran el afán de cubrir esas quimeras que buscan la respuesta cuando; porque los elfos son como talismanes y si, si también como las hadas, creemos en ellos, Beanchi logre vencer nuestra timidez para dejar que para que Fachán nos de la fuerza necesaria para enfrentarnos a una realidad cada día más hostil con el instrumento del amor propio y ajeno que Caer y Angus sembrarán en nuestros corazones, con el acompañamiento de Jooglin en los momentos en que resulte insostenible la propia soledad...

Hay grandes elfos; elfos medianos; elfos pequeños. Se cuentan por docenas. Por docenas las hadas. Por docenas los peluches que vienen desde la ciudad de Hansa, en Alemania, donde se ejecutan todos y cada uno manualmente. Los peluches son el primer objeto cuya suavidad acompaña el sueño de los niños y han conquistado un estado de presencia en tantas otras ocasiones como símbolo de cariño, de ternura, de recuerdo, que podemos ofertarlos como obsequio de adultos o añadirlo a las flores en cualquier triste ceremonia de despedida.

Nos cubre un cielo azul en que aparecen las nubes blancas con rasgos azules. Las estrellas que no centellean y se plasman en las pupilas diseñando un paisaje de esperanza. La calle, silenciosa en la tarde, conoce las primeras sombras de la noche y arrastramos con nosotros el paisaje de esa otra realidad.