No por anunciado deja de sorprender el estrafalario final destinado a la famosa excavación de la calle de Ruaya en Valencia (Levante-EMV, 24-07-2012). No mantendré demasiado suspense y comenzaré por la mayor: si le queda poco prestigio a la profesión de arqueólogo es por deméritos del propio colectivo profesional.

Sostengo, además, que las excavaciones realizadas en el solar del frustrado aparcamiento de la calle Ruaya de Valencia son importantes. Los restos exhumados en ella, su localización espacial respecto a la posición de la ciudad fundada en 138 a. de C., las estructuras viarias que fueron exhumadas, las excepcionales estructuras agrarias que demuestran la pronta plantación de viñedos desde un momento histórico temprano, la posterior evolución de esos mismos espacios como regadío en época medieval, las balsasÉ y un largo etcétera, son ciertamente importantes, aunque para el conocimiento de los valencianos sigue durmiendo el sueño de los justos.

Todo ello, incluidos los "vestigios de vida más antiguos" (sic) de la ciudad, podría permitir un mejor conocimiento de la misma, una percepción más compleja y una mejor comprensión de los espacios que precedieron a la fundación de la ciudad de Junio Bruto, una mejor visión de las estrategias que les permitieron subsistir a aquellas gentes, qué produjeron, qué consumieron, con qué productos comerciaron y, sobre todo, por encima de todo, qué hace que la ciudad de Valencia hoy sea la que es, sea como es.

En cambio, con los datos en la mano, la importancia de estas excavaciones no radica precisamente en poder retrasar la fundación de nuestra ciudad a un momento previo a 138 a.C., ya hace 2150 años, acreditada cronología que la "caverna" valenciana ha venido queriendo refutar de siempre. ¿Acaso a alguien se le puede ocurrir que los colonos itálicos establecieron la ciudad en un suelo desprovisto de toda huella? ¿Nadie transitó por el solar de la urbe antes de ese mítico 138 a. de C.? ¿No habría ni un solo ibero, incluso alguna granja o pequeña aglomeración edetana, en la suma de hectáreas de lo que más tarde sería la nueva ciudad? ¿O, en los cientos de hectáreas del territorio de la misma? ¿30 años de excavaciones arqueológicas urbanas pueden, súbitamente, verse refutadas por la circunstancia de que se haya encontrado allí materiales más antiguos que los de la propia Valentia?

Escuchen pues los lectores interesados. El conocimiento que permite la Arqueología es, simple y llanamente, distinto del que proporciona la Historia de los textos y los documentos. La Arqueología permite dar voz a una masa ingente de personas anónimas y mayoritariamente analfabetas sobre las que nadie creyó necesario escribir nada. Gentes sin historia, en definitiva. Para los que vieron justificada su importancia por tratarse de un campamento militar de Aníbal nada podrá persuadirles de que unos agujeros de plantación de viña puedan acercarse en importancia a los abrevaderos de los elefantes. Ya no es espectáculo, solo es cultura.

Por más que fueran interesadas hipótesis de trabajo, dos monedas de la dinastía Bárquida y una cierta cantidad de cerámicas de origen púnico, no pueden aducirse desde un mínimo rigor académico como argumento alguno para postular un imaginario "campamento militar" cartaginés y, menos aún, el del mismísimo Aníbal, camino de los Alpes. ¡Decenas de yacimientos valencianos podrían optar a la misma interpretación sobre la base de las mismas evidencias! Y todavía menos si ese relato se vehicula a periodistas desprovistos de un bagaje crítico especializado o a un público ciudadano, por lo común inerme intelectualmente al sensacionalismo de este tipo de imposturas intelectuales que ven con buenos ojos "la más antigua tal" o "la primera cual". La verdadera divulgación de nuevos conocimientos se realiza en las revistas especializadas con comités de redacción y no a golpe de improvisadas ruedas de prensa, como ha denunciado recientemente Jean-Loïc Quellec en "Sciences et Pseudo-sciences".

Estos errores repercuten bochornosamente en toda la escala de decisión de los gestores públicos de lo arqueológico, mientras un obsequioso silencio se extiende por todas las instancias administrativas y de conocimiento. ¿Nadie pudo informarle a la señora alcaldesa de Valencia de que la Ley de Patrimonio Cultural Valenciano (Ley 4/98) recoge, negro sobre blanco, que la intervención arqueológica está obligado a costearla el promotor y no el Ayuntamiento? ¿A qué viene tal onerosa excepción de un millón de euros? ¿Quién se ha molestado en explicar toda esta discriminación arbitraria al resto de los promotores inmobiliarios? ¿Cómo justificamos ante la opinión pública que unos tiestos merezcan tanta atención mediática y tamaño gasto un día y unos pocos años después ni una sola publicación los haga accesibles?

Perdóneme que sea tan prosaico, señora Barberá, usted no entiende nada de ArqueologíaÉ ni tiene por qué. ¿Pero nadie, ningún regidor, asesor o funcionario tampoco? ¿Y el colectivo de arqueólogos, organizados, colegiados o de forma individual? El colectivo se encuentra cual "agente intelectual paralizado", en expresión de M. Vargas Llosa en su nuevo libro "La civilización del espectáculo". Encogerse de hombros ante la lectura de lo que algunos consideran naderías históricas, el que muy pocos pierdan el tiempo en refutar las estulticias, nos convierte a todos en avalistas complacientes del espectáculo de una historia inventada, y condena al colectivo arqueológico a su actual postración.

?Catedrático de Historia Antigua y Arqueología de la Université de Nice Sophia-Antipolis