Sandra Muñoz y Rocío Pascual tuvieron un paso por la casa de la villa marcada por el follón. Aquellas sobremesas de marzo en la que presenciaban las protestas post-mascletà. Ayer, Begoña Jiménez y Carla González aparecieron por la plaza mayor mientras, en una esquina, resonaban nuevas protestas. Las cosas de una ciudad que tenía, en un mismo perímetro, una manifestación de alegría y otra de frustración.

Begoña y Carla tienen licencia para evadirse durante un año de los problemas, sobre todo la mayor, a la que poco le queda para meterse en la lucha del mercado laboral, aunque ésa será otra historia. Aunque, para algunos teóricos de la fiesta, todas salen con programas de televisión y cargos públicos bajo el brazo cuando cuelgan la peineta.

Ayer pasaron el día haciendo bolos radiofónicos matutinos y después empezaron una liturgia, la de los moños y las manteletas, que pondrán en práctica cerca de un centenar de veces durante lo que dure su reinado. Que, en el caso de sus antecesoras, ha sido de un año exacto. Entraron en el ayuntamiento un 18 de octubre y se marcharon de él, ya como parte de la historia, otro 18 de octubre.

La proclamación se quedó, sin embargo, en un acto sosito. Había menos gente que en otras ocasiones. Menos apreturas en las nayas. No hace tanto tiempo generaba tal expectación que incluso había que habilitar una pantalla en la parte inferior del ayuntamiento y se producían unos colapsos monumentales en la entrada. Es verdad que este acto tiene mucho de rutina: llamar a las falleras, que saluden, escuchar un pequeño parlamento de la alcaldesa y cantar el himno de la Comunitat Valenciana. Las falleras no hablan. Sólo saludan y sonríen.

Y el discurso de la alcaldesa fue más comedido. Si el año pasado apeló al espíritu de "l'estoreta velleta" y del ingenio para superar las apreturas que ya sufrían las fallas, ¿qué podía decir si las cosas han ido a peor para los protagonistas de la fiesta, los IVA incluidos? El discurso se redujo, pues, a un homenaje a los falleros, a quien expresó "mi gratitud y reconocimiento porque es un colectivo que se crece ante la adversidad y sin el que no se entiende la ciudad. O, mejor dicho, Valencia se explica mejor con sus fallas". Hizo nuevamente una alusión a la "estoreta", al "espíritu alegre" y el "pueblo creativo", pero no hizo ya más llamamientos para superar las adversidades.

Rita Barberá se refirió a la "gozosa tradición" que, "una tarde de otoño", marca el relevo en el cargo "que se inicia con nuevos rostros". Rostros los de Begoña y Carla, que recibieron el primer aplauso de un hemiciclo en el que juegan en casa: en primera fila, sus cortes y algunos concejales; detrás, las cortes de honor salientes y pegados a la pared, sus padres. Los progenitores de las elegidas sí que disponen de un palco donde había padres, madres, hermanos, abuelos o novio.

Después, las primeras fotos oficiales y la entrega del "alfabeguer". A lo largo del año, las falleras recibirán todo tipo de obsequios: cuadros, metacrilatos, insignias, más cuadros, más metacrilatos... pero ya, de buenas a primeras, lo que les endosan es un jarrón sin duda muy artístico, aunque casi tan grande como la cápsula de Felix Baumgartner. Para ir tomando conciencia de que hay que ir haciendo hueco en casa.

Igualdad absoluta en la indumentaria: seis niñas y seis mayores con siglos XVIII y XIX. Carla, con traje de cinta y Begoña, dieciochesco granviario. ¿Será capaz de apelar a ese modelo, el más en boga entre las falleras, el día de la exaltación o se plegará a la ortodoxia inmutable?

La comitiva se marchó, esta vez sí, a tomar un piscolabis. Se comentaba la despedida que, a mediodía, había tenido el entrañable Josep Chiral y el martes vuelve la normalidad: llega la clasificación de fallas. La vida fallera.