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Los falleros de Guillem Sorolla-Recaredo quemaron anoche las que creen que serán las últimas fallas de su historia porque su escasez de efectivos la hace inviable. Sin embargo, precisamente el hecho de que haya estado en boca de todos es la única esperanza que les queda para sobrevivir.

Y para ello tienen como ejemplo más palmario lo sucedido hace ahora un año. En el diario del 20 de marzo de 2012, Levante-EMV narraba la despedida que hacía la comisión de Matías Perelló-Luis Santángel. Prácticamente sustentada por una familia y media, en el llibret anunciaban su final, tras 60 años de vida y la presencia doce años en la Sección Especial.

Quiso el destino que ese diario y esa noticia cayeran en manos de un grupo de jóvenes que, procedentes del colegio Maristas, llevaban ya tiempo intentando constituir una nueva comisión. Se encontraron con la oportunidad de no tener que partir de cero.

La consecuencia la explica el presidente, que sigue siéndolo, Juan Bautista Ybáñez: "nos reunimos con ellos, hablamos, se integraron y ahora somos más falleros que nunca". Han pasado de apenas 25 personas a superar la barrera de los doscientos en la última Ofrenda. Ya no hay una carpa de bolsillo como en los ejercicios anteriores. Es tres veces más grande "y no veas el ambiente que hemos tenido". Se han convertido en la admiración entre las comisiones vecinas.

De momento, además, han superado un obstáculo que se aventuraba complicado: la integración, sobre un núcleo antiguo, menos numeroso y con bastantes personas mayores, de otro mucho mayor y esencialmente joven. "Hemos sabido adaptarnos unos y otros y la verdad es que todo ha funcionado perfectamente". El llibret, mucho mejor que el del ejercicio anterior, que era casi una hoja volante, narra ese proceso de asimilación y el buen ambiente que, aparentemente, reina de momento. Los falleros de Russafa afrontan ahora una nueva vida y no dudan en reconocer que "aquel artículo de Levante-EMV nos dio vida".

Otro espejo en el que podrán mirarse los falleros de Guillem Sorolla-Recaredo es el de Explorador Andrés-Jalance, que plantaron hace dos años una falla con un ataúd y organizaron fiestas de despedida y precisamente el hecho de que se conociera su liquidación espoleó a la gente y todavía pervive, aunque modestamente.