Es la única bolsa de huerta protegida que queda al sur de la capital y está tan próxima de la urbe que el contraste corta la respiración. Los agricultores trabajan la huerta a destajo —muchos, de forma profesional para vender su producto en «la tira de contar» o en Mercavalencia; otros, por pura distracción ante un paro creciente o una jubilación que da mucho tiempo libre—y cuando levantan la vista contemplan, más próximo de lo que les gustaría, el centro comercial El Saler y el Ágora con el que concluye el conjunto de la Ciudad de las Artes y las Ciencias. El crecimiento urbanístico e imparable de la ciudad ha convertido esta zona en una isla agraria, en un reducto que resiste al invasor como la aldea gala más famosa de la historia que, dibujada en cómic, plantaba cara al imperio romano.

Esta bolsa de tierra, sin embargo, tiene nombre propio —«Francs, marjals i extremals»— una historia singular de más de 600 años, vecinos autóctonos desde hace generaciones, la catalogación como Bien de Relevancia Local y espacio etnológico de interés local y la singularidad de ser ajena, totalmente, al Tribunal de las Aguas y a su jurisdicción, algo impensable si se conoce la historia de la institución costumbrista más antigua de Europa. Y es que el Tribunal de las Aguas administra el riego de toda la huerta de la Vega de Valencia con dos excepciones: los «Francs, marjals i extremals» de Valencia y la Real Acequia de Moncada, que cuenta con jurisdicción propia.

Pero, entonces, ¿a quien pertenecen los «Francs, marjals i extremals»? ¿Quien es responsable de los mismos? La respuesta tiene su origen en 1386, cuando el rey Pedro IV decidió crear concesiones a los labradores de esta zona y dejarles exentos del diezmo durante diez años. Desde entonces, y por ese privilegio real, esta zona de huerta pertenece al Ayuntamiento de Valencia, que debe administrar el agua y mantener en buenas condiciones las acequias para garantizar el riego de los campos.

Sin embargo, una cosa es la teoría y otra muy diferente, la práctica. Por ello, desde hace tiempos inmemoriales esta tierra ha recibido el agua de los sobrantes de las acequias que la flanquean: la de Rovella y la de Favara.

Suministro sin garantizar

Sin embargo, los agricultores que pertenecen a estas dos comunidades de regantes saben bien que esta tierra —aunque a veces la incluyan para conseguir que la Confederación Hidrográfica del Júcar (CHJ) les conceda más metros cúbicos de caudal— no les pertenece, y no tienen por qué garantizar el suministro ya que los recursos hídricos que llegarán a ella deben ser «los sobrantes». Y en tema de riego, sobrar, lo que se dice sobrar... sobra poca agua. Por ello, hace dos años los problemas se agravaron de forma evidente.

Y es que mientras las acequias podían regar los campos con aguas fecales había suministro para todos. Sin embargo, hace dos años la Unión Europea (UE) prohibió esta práctica, obligó a regar con agua depurada y ni Rovella ni Favara contaban ya con agua «sobrante» con la que regar la huerta de los «francs, marjals i extremals». Muchas parcelas de la zona se abandonaban ante la falta de riego y la tierra, antaño fértil, presentaba un aspecto bien diferente.

Ahora bien, para resolver el problema, para exigir soluciones o al menos, plantearlas, hacía falta mediar con el propietario, es decir, con el Ayuntamiento de Valencia que, según los afectados, «hacía décadas que no se preocupaba de esta zona, a no ser que hubiera un proyecto urbanístico de por medio».

Es más, el ayuntamiento no cuenta con una concejalía de Agricultura. Por ello, las competencias se distribuyen entre otras áreas y los «francs, extremals i marjals» pertenecen al Ciclo Integral del Agua. Tras una pregunta del grupo Compromís en el pleno del mes de mayo, la concejala responsable, Mª Ángels Ramón-Llin, atendió a los representantes del centenar de agricultores afectados por la falta de riego en la zona y tras estudiar diversas soluciones —entre las que se incluía la construcción de un pozo, algo a lo que se negaron los labradores— Ramón-Llin accedió a realizar una obra hidráulica (con un coste de unos 15.000 euros) a la altura del nuevo hospital La Fe para desviar parte del agua y garantizar el suministro en la única huerta protegida que queda al sur de Valencia

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La obra se realizó a mediados de junio y a finales de ese mismo mes, el problema estaba resuelto. Ahora bien, no es el único de la zona y los labradores están dispuestos a conseguir que el ayuntamiento asuma sus responsabilidad y las competencias agrarias que le corresponden desde hace más de 600 años.