Oreto Alonso, una alcudiana de 64 años, llena de coraje y confianza en sí misma, recuerda como si volviera a entrar en la piel de sus 36 años el antes, el cómo y el después del acontecimiento más trascendente de su vida, el que la permitió disfrutar del sentimiento de maternidad que tanto ansiaba. Entonces, la técnica que el investigador Robert Edwards utilizó para traer al mundo a la primera niña probeta en Reino Unido, el 25 de julio de 1978, casi no tenía nombre. La proeza era de un calibre impensable, pues consistía en concebir un ser humano sobre una mesa de laboratorio. Para los ginecólogos y científicos más avezados de Europa, como el catedrático Fernando Bonilla en Valencia, lograr fecundar un ovocito y un espermatozoide fuera del cuerpo de una mujer, mantener con vida al embrión y transferirlo al útero materno era un desafío casi épico, pero no inalcanzable.

Mientras el investigador estimulaba ovarios de pacientes infértiles en su laboratorio para aumentar la producción de ovocitos, a 40 km del hospital Clínico donde se hacían los experimentos, una mujer que llevaba casada varios años y vivía rodeada de sobrinos maduraba la idea de que si en el mundo ya había niños nacidos de unir en la probeta gametos masculinos y femeninos, ¿por qué ella no podría abrir la puerta a ese sueño de tener entre sus brazos a una criatura propia?

«Miré en una revista que en la clínica Dexeus había nacido un niño y pensé que era muy buena idea y fui a ver si yo podía hacer lo mismo», declara a Levante-EMV mientras sostiene en brazos a su nieta Laia, hija de su hija Silvia, la primera niña probeta de la C. Valenciana que acaba de dar a luz.

«Fui a la consulta particular de don Fernando, aún vivía el padre pero ya visitaban los dos», recuerda. «¿Cómo me atreví?», se pregunta, «sin pensarlo, me han gustado mucho los niños, me he criado con ellos, yo quería tener hijos... me casé con 30 y al año de ver que no tenía, decidí ir a ver al doctor Bonilla para hacer lo que me hice». Su marido, Enrique Añó, padre de la primera niña probeta, porque Silvia nació de los gametos de la pareja, intentó disuadirla cuando estaba ingresada.

«Para no ser seguro, me dijo mi marido, no es preciso que te quedes, porque ha habido abortos, pero yo ya estaba decidida, y pensé estoy aquí y sigo adelante; lo único malo que podía pasarme „agrega Oreto„ es que no pasara nada y si me quedaba, mejor». «Me sacaron los óvulos y a mi marido el semen y los juntaron para hacer el membrillo», relata con simpatía ante la mirada de admiración de su hija. «Me lo pusieron y todo salió perfecto, como iba convencida „añade„, me salió, porque no pensaba yo que no me pudiera quedar».

«Se armó la de Dios con los periodistas», recuerda al evocar la cantidad de destellos de flash. Le transfirieron cuatro o cinco embriones pero solo uno salió adelante. «Cuando me los pusieron estaba un poco nerviosa, me dijeron que estuviera tranquila, que no me harían daño y no noté nada». Tenía 36 años y puso Silvia a su hija porque le gustaba el nombre por la actriz Silvia Tortosa.

«Ha venido sin buscarla»

Aquel 3 de diciembre de 1985 solo había dos protagonistas: Oreto y su hija Silvia. Hoy son tres ya las mujeres de la estirpe del bebé probeta con el nacimiento de Laia, de 40 días. Al contrario que su madre, Silvia, que siempre ha sido tímida y vergonzosa, se quedó embarazada sin pretenderlo. «Todavía estoy asimilándolo, porque aunque la tenga en brazos (a Laia) parece que no me lo crea; sin buscarla ha venido, imagina si soy efectiva; menos mal que ´esto´ „apuntando a los ovarios„no se hereda», declara la primera niña probeta de la C. Valenciana, nacida en el hospital Clínico de Valencia, pero alcudiana al cien por cien. Oreto, la matriarca abuela, asiente lo que su dice su hija y explica que su infertilidad se remonta a un infección que tuvo de pequeña, que le «cerró el paso», según lo describió su ginecólogo.

Silvia, que ha interrumpido su carrera de Empresariales por el nacimiento de Laia, recuerda que cuando de niña le reconocían como bebé probeta tenía vergüenza, «no me hacía gracia ver tantas cámaras „agrega„, pero estaba contenta, porque si no, no habría nacido».

«No me gusta fardar de ello», expresa Silvia mientras Oreto añade, «cuando yo se lo contaba a todo el mundo, porque estaba muy contenta de haber tenido una hija, ella siempre me replicaba: ´mare, per qué ho dius?´ (¿por qué lo dices?)». «No es una cosa mala, gracias a eso naciste, „le repite„, pero la gente especulaba mucho y yo decía: ´que digan lo que les dé la gana, yo sé que mi hija es mía y de mi marido´».

Oreto volvió a sacar su coraje y decidió asistir al parto de su hija el pasado 20 de julio, también en el hospital Clínico: «Me entró una conmoción de verla sufrir allí... , pero a la vez, de ver a la cría, tenía una mezcla de emociones que no paraba de llorar, que no sabes por qué lloras, pero lloras».

En el hospital, Oreto volvió a ganarse un lugar como protagonista, aún sin quererlo y cuenta que los sanitarios decían: «En la vida he visto a una abuela asistiendo al parto de su nieta». «La quieres como si fuera tuya y la he parido yo», reprocha cálidamente Silvia a su madre. «Es que „responde Oreto„ es como si estuviera volviendo a revivir tu nacimiento».