La restauración de la imagen histórica de la Virgen de los Desamparados, que es de estilo gótico, tiene que plantearse seriamente si elimina de ella todos aquellos elementos que son barrocos y el aparatoso muestrario de joyería que lleva encima, nada acorde con su advocación y los tiempos de crisis que vivimos.

En los años 60, se quitó la imagen del Niño Jesús, «El Bobet», obra de Vergara, alegándose, entre otros motivos, que era de estilo barroco, aparte de no gustarle nada a quienes entonces tenían poder de decisión dentro de la Cofradía de la Virgen, que en aquella época aún era era propietaria de la talla.

Aplicando aquel mismo argumento, habría que quitar de la imagen todo lo que no fuera con su estilo original. Lo intentó el P. Emilio Aparicio Olmos, su Capellán Mayor, quien más la investigó y mimó, pero poco pudo conseguir, excepto que la imagen Peregrina saliera en el Traslado sin túnica o escapulario, tan solo con el manto, pues defendió siempre, cargado de razón, que la belleza de la escultura estaba en ella misma, sin ningún ropaje, ni peluca, elementos que ya llevaba en sí misma la estatua.

Pretendió el P. Aparicio que las veneradas tallas, tanto la histórica como las Peregrinas, fueran expuestas y sacadas a la calle, debidamente restauradas, tal cual fueron esculpidas, especialmente la histórica, sin ningún añadido, pues la propia imagen lleva en sí misma labrada ropa y la cabellera, ésta dorada, y que fueran visibles totalmente desde la cabeza a los pies.

Ya en los años 60, avanzado en su tiempo, el sacerdote pugnaba para que en una adecuada restauración se le quitara a la imagen todo lo que no correspondiera a su datación histórica original de comienzos del siglo XV en que imperaba el estilo gótico: el cuerpo adicionado a la espalda, el poste metálico que recorre su parte posterior para sustentar la corona, el peto o escapulario frontal, el manto de ella del Niño Jesús y la peluca postiza.

Otra cosa a la que aspiraba el sacerdote historiador y conservador de la Virgen era quitarle el abigarrado muestrario que lleva encima, que tanto le desdice teniendo en cuenta que Ella lleva la entrañable advocación de Madre de Desamparados, marginados y pobres, joyas de las que anda sobrada pues tiene en demasía en cajas fuertes de entidades bancarias y que debieran ser convertidas en atención para pobres, necesitados y enfermos mentales.

Concilio Vaticano II

Se apoyaba Aparicio en su avanzada y evangélica propuesta que el propio Concilio Vaticano II exhortó a los obispos que promovieran y favorecieran un arte auténticamente sacro, santo, exento de vanidades y riquezas superfluas, moderado en su indumentaria y ornamentación, que no escandalizara a los sectores pobres y necesitados.

Este mensaje no se cansó de repetirlo a la Cofradía de la Virgen el P. Emilio María Aparicio Olmos, tal vez el mejor capellán que ha tenido la patrona de Valencia, quien más hizo y escribió sobre ella, sin que consiguiera que se le hiciera ningún caso.

Cofradía, Clero Basilical y Arzobispado tienen ahora la oportunidad también de considerar las proposiciones que respecto a la imagen y advocación hizo aquel santo y venerable presbítero, enamoradísimo de la Virgen, y repensar su culto y veneración en lo artístico y en lo espiritual, volver a las fuentes algo tan necesario siempre en la Iglesia —Ecclesia semper reformanda— , para que el pueblo y la Iglesia de Valencia entronque con el rigor histórico, cultural y espiritual del nacimiento de la advocación de su Virgen por excelencia.