La noticia de la restauración de la imagen original de Nuestra Señora de los Desamparados, emprendida recientemente, nos lleva a considerar la figura del autor de la anterior intervención, aquella que le curó las heridas infringidas en 1936. Me refiero al escultor o mejor dicho imaginero, como él mismo gustaba llamarse, José María Ponsoda Bravo, el cincuentenario de cuyo fallecimiento, ayer día diecisiete, hubiera sido ocasión para reivindicar su legado y el de la escultura religiosa valenciana del siglo XX en general, valorada en regiones como Andalucía o Murcia, donde han superado plenamente los recelos de la modernidad y sus escultores son objeto de reconocimiento.

José María Ponsoda Bravo (Barcelona, 1882- Valencia, 1963) constituye una de las figuras más destacadas de la escultura religiosa valenciana del siglo XX. Discípulo del escultor Damián Pastor Micó, había estudiado en la escuela de Llotja en Barcelona y pronto se estableció por su cuenta, en la Valencia de comienzos del siglo XX, fundando un obrador de escultura por el que pasaron nombres tan significativos como José Arnal, Julio Benlloch, el malogrado escultor de Meliana Federico Esteve, Antonio Fernández Gómez, Francisco Martínez Aparicio, José Rausell y Francisco Lloréns, Carlos Román y Vicente Salvador, Carmelo Vicent, Enrique Villar, Justo Vivó, etc. De su vocación docente da noticia asimismo su labor como profesor en el Instituto General y Técnico y la Escuela de Artes y Oficios de Valencia. Participó también en varias exposiciones y fue condecorado con la medalla Pro Ecclesia en 1932. Trabajos como las carrozas de la Virgen del Rosario, la Purísima, y San Antonio de Vila-real, o la restauración de la Purísima de la catedral de Valencia, antes de su destrucción definitiva, en 1936, por poner unos pocos ejemplos, avalaron su hacer en numerosas obras, realizadas después de la Guerra Civil, destinadas a reproducir las imágenes patronales perdidas para siempre. La Divina Aurora de Beneixama, el Cristo de Benicarló, el Jesús Nazareno de Cocentaina, Vera (Almería) y Xàbia, la Virgen de Agosto y la Dolorosa de Guadalest, el San Miguel de Llíria o la Purísima de Torrevieja, pueden contarse entre las imágenes más significativas de esta etapa, en la que continuó realizando numerosas obras para el resto del Estado e Hispanoamérica. En esta época se enmarcan también algunas restauraciones como las de la Virgen de los Desamparados de Valencia, las imágenes de su catedral, o la Virgen de la Piedad de Baza.

La Virgen del Rosario de Alcázar de San Juan, las imágenes de los padres mercedarios de Barcelona, el San Bernardo de San Pedro de Cardeña en Burgos, la Santa Catalina de Jaén, el Niño Jesús de Mula, las dolorosas de Sierra de Yeguas (Málaga) y la catedral de Teruel, o el San José del seminario de Toledo, también resultan significativas de la proyección alcanzada por nuestro escultor.

En Valencia, numerosos templos conservan obra suya. Entre ellos, la capilla de la Virgen de los Desamparados (Cristo de la Coveta, San José), Capuchinos de Cirilo Amorós (Jesús de Medinaceli), Santa Cruz (San Elías), San Juan y San Vicente (San Joaquín, Virgen del Carmen), San Lorenzo, (Purísima Concepción, San Antonio, San Francisco, etc.), el Temple (Institución de la Eucaristía). La circunstancia que realizara en su catedral, la práctica totalidad de las nuevas imágenes (San Rafael, trono para las reliquias de Santo Tomás de Villanueva, Sagrado Corazón de Jesús, San José, Purísima Concepción y Crucificado), estas tres últimas donadas por el propio escultor, lo hace acreedor del reconocimiento y estima que ya se le tributa fuera de la que fue su ciudad de adopción.