Las calabazas de Halloween y sus disfraces terroríficos han apagado la llama de las animetes que antes se encendían en la Noche de Difuntos para ayudar a volver a casa a las almas de los familiares que seguían en el purgatorio mientras se contaban historias de miedo nutridas por las rondallas y la mitología casera. El extranjero Papá Noel, cuyos muñecos trepan por los balcones en una estampa que hubiera desatado llamadas a la policía hace treinta años, planta cara a los Reyes Magos con total naturalidad al tiempo que el nórdico árbol de Navidad „que aquí llegó hacia 1906„ desplaza del salón al belén mediterráneo. La regalitis consumista de San Valentín, asimismo, ha eclipsado la mocadorà de Sant Donís, patrón de los enamorados valencianos desde la Edad Media.

También se está implantando con fuerza el conejo de Pascua con sus huevos de chocolate „al que hay que encontrar en su escondite„, que ya se ha convertido en rival de la vieja mona y el ou dur del ací em pica, ací em cou i ací et trenque l´ou que tiene a La Tarara por banda sonora. La hipercelebración del cumpleaños de raíz americana ha empequeñecido la festividad declinante del santo. Y, cómo no, han pasado a un segundo plano „a pesar de los nostálgicos intentos recuperacionistas que no acaban de enraizar entre la población actual„ sencillas fiestas populares como las catalinetes, los rebeldes nicolauets, las fiestas de folls por los Santos Inocentes, la Salpassa de pascua, el domingo de piñata en carnaval o las fiestas agosteñas de farolets con cirios que iluminan sandías o pimientos vaciados, por citar algunos. ¿Cómo se explica esta guerra de fiestas, este cambio de rituales al que asistimos en semanas como la actual?

Todo es inventado. Hay tres grandes lecciones que pueden servir de guía para entender la suplantación, la innovación o la hibridación festiva que algunos ven con horror militante y otros encajan con resignación pragmática o entusiasmo camaleónico y hedonista.

La primera clave, por lejana, la recuerda Antoni Ariño, sociólogo y máximo especialista de las fiestas valencianas desde su imprescindible ensayo Festes, rituals i creences (1988). «Lo que hoy vemos como un fenómeno nuevo „sostiene Ariño„ se ha reproducido a lo largo de la Historia. Todas las tradiciones han sido inventadas en algún momento y luego han sido sustituidas por otras. Así pasó con la cristianización de fiestas romanas o incluso de civilizaciones anteriores. Por ejemplo: la Navidad actual procede de la antigua fiesta romana del Sol in Victus [del 22 al 25 de diciembre], en la que se consideraba al emperador como hijo del Sol», insiste Ariño. Por tanto, en la implantación de una fiesta impera la ley del más fuerte, ya tenga el poder Roma, el cristianismo, el Hollywood uniformizador o el consumismo capitalista. Eso no es nuevo.

El mito de lo antiguo. La segunda clave „un dardo contra los esencialistas que veneran la antigüedad per se„ la aportan Sergi Gómez y el propio Ariño en su reciente libro La festa mare. Les festes en una era postcristiana (Museu Valencià d´Etnologia, 2013). «Solemos considerar „dicen los autores„ que todo aquello que tiene un origen antiguo, arcaico „y si es posible desconocido y sumergido en "la noche de los tiempos"„ es auténtico y primigenio, mientras que las celebraciones con origen moderno, y con creadores claramente identificados, constituyen fenómenos artificiosos, postizos, inventados, casi tramposos y manipuladores. Del pasado remoto procede la autenticidad; del presente, la artificiosidad. Esta mentalidad ignora que toda fiesta es histórica, contextual y biodegradable». Es decir: no hay fiestas eternas ni tampoco tradiciones auténticas y otras artificiales.

Consumo y escuela. Una tercera observación la hace Josep Vicent Frechina, director de la revista de cultura popular Caramella y referente en el estudio de la música y las tradiciones valencianas. A su juicio, hay dos pautas que están determinando la incorporación o languidez de las fiestas en los últimos años: el consumismo y la presión ambiental que ejerce su industria, y la escuela.

Cuenta Frechina que, después de la desfeta de la cultura popular valenciana sufrida en los años setenta a raíz de las transformaciones de una modernidad acelerada, las fiestas populares están pasando un casting: unas fiestas sobreviven y otras no. «De las fiestas infantiles sólo sobreviven aquellas que han pasado por la escuela, las que la escuela ha colonizado. Las aulas han tenido un papel decisivo para que se mantengan unas fiestas, se recuperen otras, se olviden algunas o se introduzcan nuevas». En este sentido, apunta Frechina, el éxito de Halloween «se lo reparten a medias los colegios y las discotecas», con la ayuda del cine americano y la televisión.

A grandes rasgos, Frechina identifica tres tipos de fiestas capaces de afrontar la modernidad. «Fiestas que sean susceptibles de alcanzar altos niveles de socialización alternativa „como los Moros y Cristianos„; fiestas que puedan convertirse en un reclamo turístico y entrar en el mercado de consumo „como las Fallas„, o que tengan un gran potencial identitario a nivel local „como la Muixeranga„. Ésas se han recuperado o han ido a más. El resto, las que no tienen ese potencial, han tendido a decrecer o a desaparecer», destaca.

Fiesta postcristiana. Halloween evidencia que las grandes celebraciones católicas están en declive. Como subraya Antoni Ariño, «la fiesta actual es una fiesta postcristiana, porque se ha producido un desplazamiento del significado y del valor de lo sagrado». La Iglesia, constata el profesor de la Universitat de València, ya no tiene la capacidad de seducir o imponer una cosmovisión. Con ello, «la fiesta se ha vuelto cada vez más autorreferente y autofinalizada: la finalidad de la fiesta es la fiesta misma, y lo que celebramos son los celebrantes». Es la fiesta por la fiesta.

Así se ha introducido Halloween. Pero también podría conectarse esa creatividad festiva con la aparición los dimonis y correfocs, con menos de un cuarto de siglo de vida festiva y que bajaron desde Cataluña, o la Tomatina de Buñol, creada en 1944. Al fin y al cabo, sentencia Frechina, «la tradición y sus fiestas sólo tendrán sentido si mantienen la vigencia y significan alguna cosa para la gente de hoy». Para el resto, condena de libro y museo.