­Hablo del Parque del Turia, nacido sobre el lecho del antiguo río Turia, desviado tras la riada de 1957, ahora hace 56 años. No voy a hablar de su génesis ni de su historia urbana. Son 167 hectáreas de un extraordinario espacio urbano abierto que se desarrolla a lo largo de toda la ciudad, como un gran eje verde, entre Mislata y el puerto, con 12 kilómetros de longitud y una anchura media de 160 metros.

Es un espacio que, si lo juzgamos por su uso, se nos ha quedado pequeño y en el que su utilización diversa y multifuncional ha constituido progresivamente un gran éxito. Quizá la falta de coherencia o hilo argumental „¡Ay la referencia al agua!„ quepa apuntarla en su debe. Quizá también, y a ello quiero dedicar este comentario, quepa hablar de la inconsistencia actual de su formato, como parque encajonado y hundido bajo la ciudad.

Aprisionado durante todo su recorrido urbano por muros laterales (antiguas defensas), tenemos que «bajar al río». Es decir, somos herederos de una sección artificial que nace del hecho de haber ido subiendo la cota de sus riberas con rellenos de hasta 3 metros (antiguas motas) y excavando su lecho para dar al viejo cauce la mayor dimensión posible, para salvar sus avenidas, y subir los ojos de los puentes (único medio de cruzarlo) para no limitar su capacidad de desagüe. Una geografía, repito, artificial nacida de unas necesidades históricas, que hoy han desaparecido y que, por habitual, apenas sorprende al valenciano.

Pues bien, ante ello, y al margen de otras mejoras que seguro irán progresivamente acometiéndose en este gran parque lineal, quisiera lanzar la propuesta de abrir el mismo en algunos puntos a la ciudad, restituir allí sus cotas primigenias y comunicar suavemente sus márgenes, como un manto verde que se prolonga desde un lado a otro por plazas y parques limítrofes.

Toda justificación del formato cerrado actual ha desaparecido. Llevamos más de 50 años sin agua por su lecho y, por experiencia y cálculos, el nuevo cauce llevaría a Pinedo las avenidas que en estos meses de septiembre-noviembre nos han sobrecogido periódicamente. El nuevo cauce debe absorber hasta 5.000 m3/segundo sobre los 3.700 m3/segundo que según varias fuentes provocaron la riada del 57, aunque aún falte por cerrar el Plan de desvío la presa de Vilamarxant. En foros sostenibles se ha dicho que un cauce mínimo, con caudal ecológico, que pudiera dejarse en su centro (al principio se dejó en su laterales) e incorporado al jardín sería más que suficiente para no olvidar su DNI y para llevar cualquier escorrentía. Hay ejemplos de soluciones parecidas en el paisajismo moderno de gran encanto.

Nuestro río, el que conformó la ciudad con dos brazos, uno de ellos cerrado muy pronto por las calles Bolsería, Barcas y Pintor Sorolla para hacer la ciudad medieval, ha cambiado y es hoy un vecino más doméstico y amable. No nos lo creemos. Seguramente lo llevamos en nuestros genes. A esta situación ha contribuido la sacralización integral, pero aparente, de muros y pretiles existentes, de los que, curiosamente, se ha prescindido a la hora de situar nuevos puentes.

Hasta cinco se han abierto de nuevo sin problema alguno en estos años: 9 d´Octubre, Arts, Pasarela Trinidad, Flores, Ciudad de las Ciencias, sin contar el duplicado en anchura del Real (1968) y la renovada pasarela de la Exposición, realizada por Calatrava (2008). Convengamos que, en nuestra sociedad, el tráfico rodado ha sido nuestro nuevo dios y a él se ha podido, y seguramente puede, sacrificar cualquier miramiento conservacionista a ultranza... Ahora tocaría el tiempo de personas, peatones, paseantes, deportistas y amantes del aire libre y los parques, los árboles y las flores o las múltiples oportunidades que nuestro jardín dispone. Seamos de todas formas sensatos: ni olvidarlos ni declararlos intocables. Respetémoslos en una acción que consideramos de «cambio de uso» y evidente «interés social», como apunta la Ley de Patrimonio.

Los pretiles, muros de contención y puentes de piedra del antiguo cauce del Turia son una serie de construcciones posteriores a la gran inundación de 1589, hechas por la entonces creada «Fábrica Nova del Riu» con el objeto de darles mayor consistencia y evitar el habitual desbordamiento y derrumbe en las temibles crecidas de las lluvias que hoy conocemos como «gota fría».

La Junta de la Fábrica, tras fijar las dimensiones que debía tener el cajero, abordó las nuevas obras, que se terminaron en el XVI y que tenían el antecedente de otras de menor trascendencia realizadas en la Edad Media por la «Fábrica Vella de Murs e Valls». Se reconstruyeron, ya de piedra, los puentes de Serranos, Real y del Mar (desde 1596 a 1598); el de la Trinidad, que resistió más, es anterior (1407) y el de San José, posterior (1606). Desgraciadamente, con poco éxito y sucesivas reparaciones. Solo tras la citada última riada del 57, como sabemos de sobra, se decide el desvío de los últimos 12 kilómetros de río mediante el Plan Sur y finalmente la transformación del viejo cauce, cedido a la ciudad, como parque público.

Pues bien, en mi opinión creo que es hora de tender «puentes blandos» entre sus márgenes, al menos, los más interesantes, hacer del territorio, la ciudad y las riberas también un continuo natural „transversal„ que nos devuelva las potencialidades de un antiguo vecino mirado con miedo desde la fundación de la ciudad. Creo que deberíamos abrir unos espacios concretos que lo hicieran accesible, amplio con las referencias históricas, pero sin ortopedias artificiales, a pie llano, con un leve descenso y/o leve subida a su lecho para las personas que viven, juegan o descansan en sus márgenes y valencianos y visitantes en general. Se ha hecho así, como era obvio, en los extremos no urbanos del antiguo cauce no condicionados por muros y pretiles (Parque Cabecera y zona de la Ciudad de las Artes y las Ciencias) y habría que hacer un esfuerzo para conseguir lo mismo en el área urbana histórica, sencillamente, con naturalidad y con las herramientas que la vegetación y una anchura de cerca de 260 m. entre edificaciones nos permiten, uniendo ambas márgenes cuya cota es similar, salvando los rellenos artificiales y aprovechando los espacios libres de ambos lados.

Así, hoy quiero apostar por abrir dos de ellos. Dos vanos amplios y paradigmáticos de esta integración que considero fundamentales y de gran interés urbano: uno junto a Viveros (tramo VII) y otro junto al Jardín Botánico (tramo IV).

Darían continuidad a los espacios verdes más importantes de la ciudad y reforzarían el papel estructurante que el Jardín del Túria puede tener sobre el conjunto de Valencia. De esta forma „como ya dijimos con otros compañeros hace tres años„ no solo se aliviaría el acceso a un jardín encajonado, el gran parque lineal de Valencia, sino que se conectarían otros pulmones de la ciudad y se podrían configurar ejes verdes transversales de gran recorrido: Jardines de Viveros-Blasco Ibáñez, Botánico-Jardín de las Hespérides-Gran Vía Fernando el Católico por un lado o Avenida de Aragón-Plaza de América-Gran Vía Marqués del Turia por otros. El Anillo Verde de Vitoria, tan valorado internacionalmente, construido de fuera adentro, podría ser solo el reverso de un «eje verde» valenciano, una estructura en árbol, nacido de las entrañas de la ciudad, donde se sitúan sus raíces, hacia afuera.

Desde luego la permeabilización o «emergencia» del parque, no se agotaría en dichos puntos. Por su extensión y diversidad una operación global con este objetivo debería ser más ambiciosa, podría integrar sus alrededores, incorporar conexiones y referencias a los museos (los casos de San Pío V y del IVAM son clarísimos),centros culturales, puentes históricos, iglesias y conventos, atender a aquella feliz campaña que lo definía como el «Río de cultura» de la ciudad. Contando, como se cuenta, con la Alameda „incluida su prolongación y el Palau de la Música„, las Alameditas de Serranos y la Petxina, un cosido sutil o amplio según los puntos, siempre como acceso blando, se antoja muy sencillo. Nada de ello sería una sorpresa „alguna vez se ha planteado„ e incluso podríamos para ello mirar el anteproyecto de jardín que hizo Bofill allá en 1982. Pero dejemos esta operación urbana para un lugar adecuado, como sería el nuevo Plan General en elaboración.

Con un poco más de detalle, digamos que las cotas del Parque de Viveros, cauce y Plaza Tetuán son +2, 0, +4 m y que entre ellas hay 238 metros. La misma cota del Parque de Viveros y su actual acceso „ ¡qué decir de las hoy visibles ruinas del antiguo Palacio Real y del vecino Museo de S. Pio V!„ dan espacio más que suficiente para pasar con una apertura generosa y visualmente abierta (y no por pasadizo, como el de la fotografía) bajo la marginal izquierda y llegar al río. De la misma forma que bajo las plazas del Temple-Tetuán con muy pocos cambios de cota en la marginal derecha de tráfico rodado, ya bastante levantada por la antigua mota, se puede salir „con otra apertura generosa y cuidada, paseando y sin esfuerzo„ hacia la plaza de Tetuán y conectar, a través de ella, con la Glorieta y el Parterre.

La incorporación del Museo Esculturas al aire libre, propuesto en su tiempo por las concejalías de Jardines y Cultura, se haría con naturalidad. Los temas de seguridad, hoy tan sensibles, serían los mismos de Viveros y si se vallan o no y de qué forma, formarían parte de una decisión global.

En el caso del Jardín Botánico-Paseo de la Petxina, cauce y avenida Menéndez y Pidal-Nuevo Centro, se podría dar esta continuidad enterrando los carriles de tráfico un poco más en sus actuales túneles a uno y otro lado. Sus cotas son + 3,50, 0, +4,5 m y una distancia entre los pretiles de 160 metros y 223 entre alineaciones de edificación. Reutilizando y ampliando para el tráfico los pasos inferiores existentes en ambas marginales y subiendo la cota de suelo del jardín colindante, tramo IV (ya levantada en parte por su actual diseño forestal), se podría pasear a pie y a descubierto desde Guillem de Castro a Nuevo Centro y viceversa, quedando la Pechina como un verdadero conector arbolado con el río-jardín, el Botánico y la Gran Vía.

No estaría mal empezar por ambos puntos. Sin expropiaciones y ni grandes presupuestos. En la balanza de costes y beneficios, creemos que estas operaciones de recuperación del cauce como espacio abierto, no encajonado e integrado con la trama urbana en sus puntos más sensibles, serían rentables para la ciudad y para los valencianos y significarían un giro copernicano a las antiguas políticas de atender básicamente el tráfico rodado en el suelo urbano.