El humo de las hogueras de la Inquisición se perdía sobre la muralla de Valencia entre los siglos XV y XIX. También eran comunes los autos de fe, inmensos actos de catarsis colectiva para mayor loa del poder inquisitorial, en lo que hoy es la plaza de la Virgen, o las ejecuciones reales en la plaza del Mercado. La huella de la represión y las persecuciones en la ciudad de Valencia, que no puede estar completa sin la caza de brujas a judíos y moriscos, es un recorrido sangriento que ahora se recrea en una nueva ruta ciudadana, la que hoy se desarrollará por distintos puntos de la ciudad.

Lo cierto y verdad es que desde finales del siglo XV, Valencia se convirtió en punta de lanza para el Santo Oficio. Las cifras totales, esbozadas por el historiador Albert Toldrà en su libro «En nom de Déu. La Inquisició i les seues víctimes al País Valencià» (Edicions del Bullent), asustan. El tribunal de Valencia, que se encontraba en el número 14 de la calle Navellos, cerca de la actual sede de las Corts,

procesó a 3.661 sodomitas, con casi 60 ejecutados en las hogueras del actual Botànic y más de 700 enviados a galeras. Además, se procesaron a 845 personas por zoofilia, quemando a 13. En el caso de las brujas, hubo 337 procesamientos.

Una ruta que siga la sangre y las cenizas de la Inquisición puede empezar por la plaza de los Pinazo, donde se encontraba el antiguo cementerio judío, o por el entorno de la Universitat de València, donde se ubicaba la entrada a la nueva judería. La casa natal de Lluís Vives sería otro punto, pues toda su familia fue ejecutada entre 1526 y 1529, aunque él huyó a Inglaterra y se salvó de una brutal represión hacia los judíos que se saldó con casi 1.000 ajusticiados en apenas cinco décadas. El Real Colegio Seminario del Corpus Christi, donde vivía el patriarca Juan de Ribera, uno de los principales instigadores de la expulsión de los moriscos de Valencia a principios del siglo XVII, es otra parada de la ruta. El Santo Oficio terminó juzgando a más de 3.000 moriscos.

Pero sin duda la ruta por la historia más negra de Valencia ha de pasar por el corazón de la ciudad: las actuales calle Navellos y plaza de la Virgen. En estos enclaves, ahora epicentro de la vida política y religiosa de la C. Valenciana, se levantaban estrechas y oscuras callejuelas. En una de ellas, la calle Navellos, se encontraba el antiguo Palacio del Santo Oficio, donde se llevaban a cabo las torturas que arrancaban una confesión de los labios de los reos tras horas de tormentos. La Inquisición valenciana, punta de lanza del Santo Oficio en España, aplicaba torturas como la garrucha (una polea de la que se colgaba al reo por las manos y que producía dislocación de brazos y piernas), la toca (un trapo que se metía en la boca del reo mientras se le obligaba a tragar agua para producirle sensación de ahogo), el potro (donde se le presionaban los miembros) y el guante de hierro (que se ponía en la mano del reo y se presionaba lentamente).

El proceso cuando había una denuncia que pusiera al Santo Oficio sobre la pista de un supuesto hereje se repetía una y otra vez con macabra precisión. Tras la detención, se llevaba al reo a las conocidas como prisiones secretas, donde los detenidos esperaban sus juicios, como explica Toldrá. Tiempo después, y en ocasiones tras horas de torturas, tenía lugar el auto de fe.

Los autos de fe se celebraban en la plaza de la Virgen y consistían en «una gran catarsis colectiva de fidelidad a la religión católica». «Era la puesta en escena del poder», explica Toldrà. Tras la representación del juicio, el reo era condenado a galeras, a prisión... o a morir. Era trasladado o bien a la la prisión de la penitencia, situada en el entorno de las Torres de Quart, o bien a la de los familiares, donde aguardaban los reos de alta cuna.

Los menos afortunados morían donde ahora se encuentra el Jardí Botànic de la Universitat de València. Otro punto de ejecución en la ciudad era la Plaça del Mercat, junto a la actual avenida María Cristina, donde los condenados por la justicia real morían ahorcados. Ahí fue ajusticiado Cayetano Ripoll, un profesor de Russafa que fue condenado por hereje por la Junta de Fe del Arzobispado de Valencia en 1826.

Remontándose aún en el pasado, Valencia también escribió una sangrienta página de su historia durante el Imperio Romano, cuando se vivió en la ciudad la persecución a los cristianos. Los restos de la época se encuentran bajo la plaza de l´Almoina.