Se celebra este domingo la fiesta de Cristo Rey. La única, cuya institución por el papa Pío XI en 11 de diciembre de 1925 a petición de 900 obispos del mundo católico, se le puede achacar a la iglesia haber procedido con clara intención política. La de apuntalar el viejo edificio de las monarquías europeas que empezaba a desmoronarse en su tiempo, amenazado por la corriente de las nuevas ideas liberales de la época. Y esgrimía el pontífice como razón para ello, en su encíclica de constitución «Quas Primas», lo que era entonces doctrina tradicional de la Iglesia sobre los gobernantes „que su autoridad les viene directamente de Dios„ con estas palabras: «Aunque el ciudadano vea en el gobernante o demás autoridades públicas a hombres de naturaleza igual a la suya y aún indignos y vituperables por cualquier cosa, no por eso rehusará obedecerles contemplando en ellos la imagen y autoridad de Cristo» (QP,18). Palabras que hoy día, ante la escandalosa mancha de corrupción que ensucia a gran parte de la clase política de variada tendencia en nuestro país, chirría su eco en nuestros oídos como inasumibles y desconcertantes.

Menos mal que unas décadas después, tras la celebración del Concilio Vaticano II (1962-65), instauradas y asentadas las democracias en Europa, se rectificó la doctrina. Es el pueblo soberano quien recibe la autoridad de Dios para a su vez transmitirla a los gobernantes a través de las urnas. Y la Iglesia, en consecuencia, modificó el sentido de la fiesta. Porque ya no es solo la de Cristo Rey como personificación de todos los reyes y gobernantes de la tierra; sino la de Cristo Rey del Universo, principio y fin de todas las cosas, de lo creado y no creado, simbolizado en esas dos letras -alfa y omega- primera y última del alfabeto griego. Y también cambió la fecha de su festividad, en la reforma posconciliar del calendario eclesiástico (1970) llevada a cabo. Antes su celebración el domingo último de octubre, anterior a la festividad de Todos los Santos; y ahora el último de noviembre, anterior al primero de adviento.

En resumen, una fiesta simbólica convertida en «puente», entre el final del calendario o año litúrgico de la Iglesia y el comienzo del nuevo año eclesial el próximo domingo, anunciando ya próxima la dulce navidad.