La mirada del domingo
IVAM, Les Arts y la moral

IVAM, Les Arts y la moral
Josep Vicent Boira
Qué es peor, la ruina moral o la física? ¿Qué es más dañino para Valencia, la falta de presupuestos o la mentira? ¿Qué es más letal para la colectividad, que el tranvía llegue siempre tarde a nuestra parada, invariablemente, o que incluso en el campo de la cultura se instale el engaño? De pequeño, oí la frase muchas veces en boca de mi abuela: podremos ser pobres, pero al menos somos honrados. Y esta frase contesta a las preguntas que me he hecho al comenzar este artículo. Valencia puede ser rica, «middle class» o pobre, pero por lo que no debería pasar es por ser una ciudad donde la indecencia acampa.
La indecencia es un mal todavía peor cuando se trata del mundo de la cultura. Y no porque el mundo de la cultura sea especialmente ajeno a la desvergüenza, sino por el enorme desánimo moral que causa entre la ciudadanía el hecho de que incluso la naturaleza más pura del ser humano, sus valores culturales, sean artísticos o musicales, se vean afectados por el engaño. Entiendo muy poco de arte contemporáneo y mi afición por la música es la de un diletante, pero siempre me he sentido orgulloso del IVAM y de que Valencia cuente con una temporada de conciertos y óperas, temporada que, por cierto, sería más popular si los precios fueran más económicos. Por ello me han dolido extremadamente los nubarrones que se han cernido sobre la gestión del IVAM y del Palau de les Arts. Me han dolido y desanimado, sinceramente. Se ha publicado que el IVAM falseó o, por ser benévolos, utilizó una «contabilidad creativa» para calcular su número de visitantes (a propósito, tal vez habría que hacer una auditoría sobre los visitantes de nuestros museos y centros de cultura y, a continuación, analizar la relación real coste público/visitante) y el caso de la gestión de Les Arts está sobre la mesa del juez: arte y música han entrado también el mundo de la deshonestidad. ¿Qué nos queda? ¿Qué ámbito está a salvo de la codicia y de la perversión, de la falsedad? Si ni siquiera el mundo de la cultura está a salvo, donde no hay demasiado que rascar sobre todo en comparación con un buen PAI, ¿en qué y en quién confiar?
Por eso, creo que no nos damos cuenta de con qué estamos jugando. La cultura es una dimensión íntimamente asociada a la calidad de vida urbana. Valencia debería apostar por redimensionar, regenerar y coordinar su oferta cultural. Podremos ser menos ricos, pero al menos, deberíamos poder disfrutar de la cultura como Dios manda. Tal vez no se llegue al millón de visitantes, pero ¿quién ha dicho que la cantidad es mejor que la calidad? Tal vez debamos aspirar a menos exposiciones, a menos óperas y conciertos, pero los que tengamos deberían ser fruto de una reflexión cultural honesta y estar más coordinados, pues la contraprogramación abunda en nuestra ciudad. ¿Podríamos aspirar a una agenda única cultural de Valencia resultado de una coordinación entre ayuntamiento, diputación y Generalitat? Tal vez haga falta un supercomisario (o una supercomisaria) cultural para armonizar la oferta de esta ciudad. Esta persona no necesariamente debería ser especialista en Verdi, en Brückner o en Jordi Teixidor. Bastaría con que tuviera sentido común y, sobre todo, fuera honrada y sincera.
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