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Muros cargados de historia

Siglo y medio sin murallas defensivas

El 20 de febrero de 1865 las primeras piquetas iniciaron la demolición de un valladar que arrancó con la «Valentia» romana, para ampliarse en las épocas islámica y cristiana

Siglo y medio atrás, un 20 de febrero de 1865, Valencia amaneció con el sonido de las piquetas derribando las murallas cristianas. Cuestiones de salubridad y también económicas llevaron al entonces gobernador civil, Cirilo Amorós, a tomar la decisión. La necesidad de abrir la ciudad a un nuevo ensanche, así como dar ocupación a los obreros que la crisis de la seda había dejado sin empleo, fueron los motivos esgrimidos por la autoridad ante el poder militar, reacio a la desaparición de un elemento históricamente defensivo. De aquella construcción quedan las Torres de Serranos y las de Quart, que en realidad eran puertas de acceso a la vila. Alcanzar esa denominación sólo era posible por la existencia de una muralla, frente a otros núcleos de menor importancia que no contaban con un aparato capaz de resistir posibles ataques, y que no superaban por tanto la categoría de loch (lugar). Así se refleja en el libro «Una ciutat gran i populosa», de José Hinojosa Montalvo, editado por el Ayuntamiento.

«Las murallas y sus puertas servían de marco a otros muchos acontecimientos, desde el emplazamiento de ferias y mercados, a los más variados actos públicos, como los juegos, lo que las dotaba de un fuerte contenido simbólico», apunta Hinojosa Montalvo en el segundo volumen de una obra que supone una exhaustiva radiografía sobre la toponimia y el urbanismo de la Valencia medieval. «En sus portales, el forastero tenía la primera imagen de la ciudad», prosigue el historiador y académico. Allí se mostraban sus armas y las imágenes de los santos protectores, además de ser el escenario de las entradas triunfales. En la Valencia del siglo XV el mejor ejemplo fue el citado portal de Serranos y el de Quart, en el flanco occidental.

Aunque las primeras noticias de fortificaciones datan de la época romana, en una Valentia fundada en el año 138 ac, y arrasada por las tropas de Pompeyo en el año 75 ac, fueron las murallas de la época islámica las que dejaron huella. Construidas por Abd al Aziz, se mantuvieron durante la conquista cristiana. «Tuvo cuidado en construirlas el nieto de al-Mansur y en todo al-Andalus no se conoce ciudad de muros más perfectos y hermosos», según los escritos de Al-Udri. Con más de dos metros de grosor y casi once de altura, quedan pocos vestigios de ella. El recorrido arrancaría en la puerta de al-Qantara „ Serranos„, y constaría de otras seis: La Bab al-Hanax o Puerta de la Culebra, en la calle de Salinas, La Bab al -Qaysariya o Puerta de la Alcacería, la Bab Baytala, o de la Boatella, la Bab-al Xaria o Puerta de la Xerea, la Bab ibn Sajar, en la actual iglesia del Temple, donde fue izada la Senyera Real tras la entrada de Jaume I y por último la Bab al-Warraq o Puerta de la Hoja.

Restos en el barrio de El Carme

El recinto amurallado musulman se mantuvo tal cual más de un siglo después de la conquista y sus restos, en algunos casos con muestras de posteriores edificaciones anexas, despiertan el interés de muchos turistas. Es el caso del solar de lo que fue antiguo Hostal del Angel, en El Carme, y en otros puntos del barrio. También en el mismo enclave permanece El Portal de la Valldigna, de1400, y que separaba la ciudad cristiana de la morería. Fue abierto sobre la propia muralla árabe. En la época cristiana llegaron a existir doce grandes portales: Trinitat, del Reial, De la Mar, dels Jueus, Russafa, San Vicent, dels Innocents, del Coixo, de la Corona, Portal Nou, Serranos y Quart. Cuando se cerraban al atardecer, al seny del ladre, la ciudad quedaba herméticamente protegida y teóricamente segura de las agresiones externas. Hasta que la cerca primitiva fue quedándose pequeña convirtiéndose en un opresivo corsé del que hubo que liberarse.

Un foso de 6,79 metros de ancho y ballesteras

Corría 1356 cuando Pere IV el Cerimoniós añadió diversas medidas de protección a la ciudad, entre ellas el arreglo de los primitivos muros andalusíes y la cava de un foso defensivo, que inicialmente debía de ser de 6,79 metros de anchura. A su alrededor se construyeron empalizadas y ballesteras. La verdadera muralla empezó a erigirse por la parte de la puerta de San Vicente. Los ocho metros de altura iniciales se modificaron en 1357, hasta alcanzar los nueve metros. Los materiales usados eran tierra apisonada, mezclada con cal y canto, mientras que el revestimiento interior y exterior era de mortero de cal. El perímetro alcanzaría unos cuatro kilómetros y seiscientos metros, configurando la imagen de una ciudad «redonda», rematada por numerosas torres y portales. La obra concluiría en 1370.

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