Pibierzo (Pirotecnia del Bierzo, de León), disparó ayer la última de las «mascletades» de estreno este año en las Fallas. Bueno, quien debutaba era el pirotécnico, claro: Pedro Alonso Fernández Vidal, bregado en mil disparos en mil sitios, pero ninguno en esta plaza, hasta ahora.

Descontando la participación de Martarello (Italia) en 2005, la leonesa, según sus propias palabras, es la firma «más lejana a Valencia que ha disparado una mascletà». Y no lo hizo ayer nada mal. Los nombres nuevos que le han precedido estos días pasados han sido Alpujarreña (Granada, lunes 2), Alacantina (Alicante, martes 3) y Oscense (Huesca, anteayer). Pibierzo, cerrando este cuarteto, nos ofreció un espectáculo muy completo y muy bien realizado en lo concerniente al inicio, al nudo y al desenlace del introito aéreo y del terrestre central, pero con un final no acorde a todo esto anterior.

Las cuatro partes aéreas de apertura tras la consabida traca valenciana inicial, estuvieron muy bien pensadas: cada una de ellas tuvo más entidad sonora y fue más rápida en su goteo de truenos, ciñéndose, además, al espacio Norte (extremo donde se planta la Falla). Un doble golpe de volcán rojo, con sus truenos, rematado con una columna de truenos, fue el poderoso marcaje de separación entre los inicios aéreos y la entrada del fuego al suelo que se produjo inmediatamente después.

Ahí, colgando de las cuerdas que forman la mascletà propiamente dicha, hubo un total de cinco retenciones que se quemaron de forma alegre y decidida. Crackers y pitos las acompañaban. En la quinta, la última, los golpeadores del número seis, que son los de mayor calibre permitidos, se hicieron notar de forma especial, señoreando con su contundente sonoridad. Justo antes del último trueno de los grupos, una conexión traqueada (es decir, hecha con traca valenciana) comunicó el fuego de forma natural, o sea, siguiendo el sentido de la quema y su forma estopinada de encenderse.

Pibierzo asumió el riesgo inherente al uso de traca en un punto tan vital del espectáculo: está cuajada de conexiones que son posibles puntos de entrada de un fuego anterior que pudiera accionarla antes de tiempo. No fue así. En su momento justo los ramales de la apoteosis terrestre se preñaron de fuego: el terremoto entró y se hinchó bien. Pero? la posterior, obligada y última parte, el descabello de la «disparà», es decir, el bombardeo, deshinchó el final. Fue lánguido y largo. ¡Qué pena! La rúbrica, con color y rodeando toda la plaza, aunque con flecos, estuvo más a la altura del bonito disparo general.