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A Pere Maria Orts i Bosch

A Pere Maria Orts i Bosch

Escribo desde la soledad que me produce su muerte. Escribo desde una cierta paz triste por la pérdida de un sabio que me dio su amistad y aplacó las dudas de mi inseguro intelecto. Entre mis manos tiembla un tarjetón; en el sobre se lee: «Urgente». Lo recibí un lunes, como no tenía teléfono, me escribía que no fuera a su casa el miércoles, como habíamos quedado, porque tenía que asistir a la presentación de un libro sobre la Orden de Montesa, me indicaba el lugar y la hora. Ninguno de los dos asistimos? Había sido ingresado en una clínica. No fui, las visitas pueden ser inoportunas. Por fin una tarde me decidí, fui a una residencia donde le habían trasladado. Supe que, él mismo, había redactado su esquela en valenciano. Lo encontré decaído, pero siempre correcto me preguntó por Isabel, mi hija, con la que semanalmente le visitábamos. Me miró desde una lejanía triste: «No voy salir de aquí», murmuró. Yo le sonreí «sí vas a salir», dije procurando poner en mi voz toda la certeza de mi voluntad. Volvió a ser ingresado. Y? no fui. La tarde del jueves sonó mi móvil? casi no pude hablar. De nuevo el respeto me impidió asistir a su incineración? Estoy convencida que me lo hubiera reprochado: «No has venido»? Como el año pasado, que en la postal que siempre le escribía desde El Perelló, equivoqué la numeración de su portal: «No me has escrito», dijo nada más verme. Tengo la imagen de su figura alta y delgada, siempre vestida de negro que reflejaba la personalidad sobria de su pensamiento. Me animó a escribir mi libro que prologó y presentó en San Miguel de los Reyes. Tengo el recuerdo de una tarde lluviosa en la que él esperaba en la sala equivocada y de pronto se le vio caminar por el claustro como una aparición?

«Nuestra verdad histórica es la mejor refutación al calumnioso infundio que sobre nuestro Reino se vertió en las Cortes de Cádiz», dice al final de su prólogo.

Hoy, la mirada del sábado se posa en su bonita casa donde el tiempo parece haberse detenido. El eco de nuestras conversaciones sigue en mi memoria. No le gustaba la televisión, solo veía los telediarios y el tenis que comentaba con Isabel, los dos amantes de este deporte y seguidores de Rafa Nadal. Le gustaba la elegancia de Federer y admiraba a Djokovic.

Nos esperaba como el niño que espera a sus padres para contarles todo lo que había pasado durante la semana, porque desde su soledad se asomaba a cualquier acontecimiento, al simple trascurrir del tiempo. Hablábamos de todo, de lo transcendental y de lo cotidiano? «La política valenciana adolece del suficiente interés que deberíamos tener los valencianos por nuestra propias cosas. Los que deberían tener conciencia de lo que es Valencia, su historia y su lengua, no la tienen».

Escribía y leía mucho, no solía leer novelas. Un día le dejé Bomarzo y le gustó. Nos confesó que por tendencia natural se alejaba de las cosas, lo que le provocaba una cierta sensación de escepticismo o crítica. Citaba, cuando correspondía párrafos de la Biblia que conocía casi de memoria. Si hablábamos de cualquier cosa y de repente no estaba seguro de ella se iba a consultar. Nos confesó que si en la noche se le presentaba alguna duda, se levantaba de la cama para asegurarse. Sobre la fe opinaba que en la inmensa mayoría de los fieles hay más sentimientos que fe: su creencia era el cristianismo por cultura, heredada de Grecia y Roma.

«Eso hace que yo crea, aunque por tendencia, tendiera a no creer». «Si hay Dios es el mismo para todos. El señor que practica honradamente el islamismo y se lo cree, tiene el mismo valor que practicando el catolicismo». Sobre la Iglesia y Estado, sonreía: «A Dios lo que es de Dios y a César lo que es del César». En mi memoria está su sonrisa; tenía el sentido del humor de los inteligentes y se reía de las maldades que a veces se le ocurrían. Era ecologista, le molestaba todo aquello que maltratase el paisaje. Le comentamos que se le consideraba sabio: «La sabiduría es relativa. La mía es relativísima».

No ha habido día oficial de luto, ni banderas a media asta por la muerte de un sabio, de un gran mecenas que entregó todo a su ciudad.

En mi soledad triste todos los recuerdos me golpean como gotas de agua fresca tras los cristales. Su figura se aleja hacia el misterio de lo desconocido y mi amistad abre el umbral de ese otro universo.

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