El rastro es a las ciudades como la trastienda de su pasado y la memoria de sus recuerdos. El Mercado de las Pulgas, Portobello o el Ballone han configurado un paisaje, a caballo entre anticuario y mercadillo, que recibe cada semana la visita de lugareños y turistas. En nuestro país, el Rastro de Madrid ha dado nombre e impreso personalidad a cuanto mercado de viejo se instala aquí, aunque en Valencia la ausencia de un área habitada como espacio de los trueques, lejos del antiguo emplazamiento de la plaza de Nápoles y Sicilia, impide que se cree una zona de anticuarios estables.

A pesar de sus carencias al lado del Mestalla, el rastro de Valencia reúne cada mañana de domingo a vendedores y compradores, a gitanos y anticuarios que conocen bien lo que venden y a mercaderes de ocasión que dan salida a los objetos de una casa o un trastero.

El conjunto es una abigarrada mezcolanza de cosas sin valor ni utilidad, de libros y fotografías, de muebles, cuadros, lámparas y esculturas, juguetes de otro tiempo y restos de ediciones. Afortunadamente, los puestos de souvenirs y los tenderetes de los mercados ambulantes no han invadido todavía este espacio, a diferencia del mercado de Porta Portese en Roma, y eso hace que conserve su encanto de otro tiempo y siga ofreciendo alicientes a coleccionistas y amantes de la belleza.

Después de años he regresado al rastro en los últimos meses y me ha sorprendido encontrar buena pintura, alguna escultura de valor, bellísimos abanicos , ediciones interesantes de libros y cómics, fotografías, viejos documentos y otros objetos que, en muchas ocasiones, todavía se pueden obtener a precios excelentes.

El mercado es bullicioso pero ordenado, reina entre vendedores y compradores una buena armonía y no es frecuente presenciar discusiones sino un sosegado regateo que acaba en acuerdos con ganadores en ambos bandos y satisfacción para todos.

Si el lector no teme madrugar el fin de semana le animo a que visite el rastro, haga abstracción de lo inhóspito de su enclave y disfrute de las sorpresas que le aguardan. No es éste un mercado previsible y la mayoría de los objetos son irrepetibles. Regálese la mirada, solicite al vendedor algún detalle o pida el precio de lo que atraiga su atención, recuerde el tiempo pasado, regatee aunque sea por el solo placer de hablar con alguien y, si encuentra algo que le guste a un precio razonable, cómprelo, llévelo a su casa y compártalo con su familia y sus amigos, busque alguna referencia en internet sobre los objetos adquiridos, restaure, ponga en valor su compra y piense en volver.

Una de mis razones para amar el rastro de Valencia es compartir con mis hijas de nueve y diez años mis compras y restaurar y limpiar con ellas los objetos mientras hablamos de ellos. No lo duden, el rastro de Valencia, en su humildad, conserva todavía algunos tesoros escondidos.