Analizar la tecnología de fabricación y el tipo de producto que comenzó a comercializar el industrial Miguel Nolla en el 1865, así como remarcar el valor del conjunto fabril de Meliana fueron los objetivos centrales de la primera jornada del Congreso Nacional sobre el Mosaico Nolla, organizado por el Ayuntamiento de Meliana, en colaboración con con el Museo Nacional de Cerámica, ARAE Patrimonio y Restauración SLP, el Centro de Investigación y Difusión de la Cerámica Nolla y la Asociación de Amigos del Museo Nacional de Cerámica.

El congreso, que fue inaugurado a las 9 horas del día de ayer con la presencia de la alcaldesa de Valencia, Rita Barberá -tataranieta de Nolla- contó con las ponencias de expertos como el director del Museo Nacional de Cerámica y Artes Suntuarias, Jaume Coll, o el director del Instituto de Promoción de la Cerámica de la Diputación de Castellón, José Luis Porcar.

Los dos expertos incidieron en el carácter pionero de la industria de Miguel Nolla, productor del mosaico que recibe su nombre. El 11 de marzo de 1865 las primeras piezas salieron de los talleres y, desde entonces, el producto fue distribuido con gran éxito. Nolla recibió a lo largo de su trayectoria grandes elogios por la calidad de los mosaicos y su precio competitivo. El secreto del éxito quizás tuvo que ver con que «desde el punto de vista estético desarrolló una solución de recubrimiento cerámico de altas prestaciones y gran valor decorativo», según explicaron Coll y Porcar. Miguel Nolla consiguió además vincular su producto a una clase social que contaba «con una buena posición económica y una elevada formación cultural».

Otra de las razones por las que el industrial consiguió colocarse en cabeza dentro del sector fue por la aplicación de las técnicas más avanzadas de la época. Basó su modelo industrial «en otros desarrollados en el contexto europeo», pero, sin duda introdujo un gran avance al mecanizar la producción de cerámica introduciendo la prensa de husillo y hornos que podían superar los 1250ºC de temperatura.

Las cerámicas Nolla alcanzaron un prestigio internacional, pero sobre todo, dejaron huella en la comarca de l'Horta Nord -especialmente en Meliana-, tanto por el revestimiento interior como por las fachadas de varios edificios de finales del siglo XIX y principios del XX. Estas decoraciones exteriores se llevaron a cabo años después de la fundación de la empresa, cuando los hijos de Miguel Nolla se incorporaron al negocio familiar de la cerámica. El mosaico Nolla, de hecho, estuvo durante un siglo en el mercado, ya que su fabricación perduró hasta los años 70.

La fábrica y el Palauet Nolla

Los arquitectos especialistas en Patrimonio, Xavier Laumain y Ángela López también intervinieron en la jornada de ayer. Su ponencia se centró en el carácter revolucionario de la fábrica de cerámica dentro del sector industrial valenciano del siglo XIX. «En 1860 se inició en Meliana la construcción de un conjunto fabril, dedicado a la producción de una cerámica de calidad excepcional. Estas instalaciones supusieron un cambio definitivo en el panorama industrial valenciano», explicaron los arquitectos.

El complejo industrial de Meliana es uno de los más emblemáticos tanto por su antigüedad como por su relevancia, al haber sido la primera fábrica de mosaico de gres en España. Laumain y López insistieron en el carácter novedoso del sistema de producción puesto en marcha por Miguel Nolla, aunque no sólo a nivel productivo, también en lo relativo «al ámbito comercial, empresarial, o social».

Junto con las instalaciones de la fábrica se encuentra el conocido como Palauet Nolla, una residencia de recreo también revestida con el mosaico. Según los expertos, el Palauet supuso «un emblema de la empresa». «De la antigua alquería queda la imagen potente de una arquitectura depurada, a la que Miguel Nolla añadió unas extensiones en planta baja, decoró tanto en el exterior como en su interior, y la dotó de una muestra irrepetible de pavimentos, a modo de muestrario de sus productos», explicaron.

Así, la residencia fue utilizada a modo de exposición por la que pasaron personajes tan ilustres como los monarcas Amadeo I de Saboya en 1871 o Alfonso XII en 1877. Según los arquitectos, el Palauet fue una pieza fundamental para que la industria progresara, «constituyó una clave del éxito de la empresa al acoger las visitas de la alta sociedad europea de finales del siglo XIX».