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El robo y la transformación

El robo y la transformación

Es sábado. Voy a pagar en la librería. No encuentro la cartera. Vacío el bolso ante el asombro del librero y de mí misma. Un bolso puede contener tal cúmulo de «por si acasos», como el de una maleta cuando partimos de viaje. Ante el robo de la cartera, el sábado y mi ser, oscurecen.

Unos policías toman mis datos: «tiene que ir a su comisaría a denunciar el robo». Mi comisaría la han trasladado a los confines de la Tierra. Piensa, me digo, no pierdas también tu yo; empiezo a telefonear desenfrenadamente a todos los sitios donde pueden utilizar mis documentos. ¡Dios mío, cuántas identificaciones necesitamos! El policía que me atiende, en los confines de la Tierra, es muy amable, me pregunta por el lugar en que me han sustraído la cartera y lo que contenía. Ingenua confieso: «¡Es mi culpa, soy un despiste! No „dice el agente en tono consolador„, la culpa es de los que roban». Su actitud me reconforta. Si alguna vez, por desgracia, le sucede algo así, vaya al hospital porque de un hurto no se hace cargo el seguro?

A la mañana siguiente empiezo la peregrinación/rescate de los carnets que están en nuestras vidas. Telefoneo a la oficina del DNI. Una voz metálica que advierte del coste de la llamada, me empuja a cometer fallos surrealistas, (¿cuál será su criterio sobre el precio de mi llamada?) Notifica, que para garantizar el servicio, la llamada podrá ser grabada? Mi voz se apaga, me resisto a ser grabada en ese lugar planetario. La voz pregunta si quiero ser atendida en castellano, catalán, gallego, euskera o valenciano? Me desquicio y digo: «¡euskera!» no tengo ni idea del euskera, y asustada cuelgo. Vuelvo a llamar. Una vez elegida la lengua, me piden mi nombre, lo digo bajito. „ «lo siento, no le he entendido» „agobiada, lo grito. Pide el DNI, me equivoco y doy el número del móvil? cuelgo, llamo? Al final me dan tres diferentes fechas y horarios, miro mi agenda? titubeo? elijo una, pero la voz me da otra y desparece? Opto por volver a los confines de la tierra. Casi no hay nadie, me atienden unas personas adorables; me lamento de la señorita marciana, se ríen, dicen que no es la primera queja por el absurdo teléfono y ellas reivindican: «nosotras somos funcionarias, pero? ¡funcionamos!»

En el banco, un directivo acreditado me atiende, marca el número de la central y se da a conocer. Una voz, prepotente y agria, me advierte también, que la llamada será grabada, (¡qué manía con las grabaciones!) me somete a una serie de preguntas que ignoro, pero aún así, solo me equivoco en una cifra de 48?. «Tiene que saber ese dato, tendrá que volver a llamar, es por cuestión de seguridad se justifica». El bancario, educadamente, le recrimina las formas y el formulario, La voz prepotente declara la llamada nula. «Ya le telefonearemos»... Hace más de un mes y? silencio.

He vuelto al banco y un profesional me lo soluciona. Me falta el carnet de conducir y? me da miedo someterme a otro examen y que me suspendan? Supero el miedo, intento pedir hora por teléfono, por internet? No hay forma. Y allá que me encamino al otro confín de la Tierra: me pierdo, llego tarde; máquinas, papeleos? desde una ventanilla una señora me mira llena de comprensión, se llama Pilar y? me salva del calvario. De nuevo soy persona, poseo todas las tarjetas que me identifican.

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