Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Café de Viena

Valencia gana a Houston

Valencia gana a Houston

Valencia, en algunas cosas, gana a Houston y se acerca a San Francisco. Tal vez el lector tenga en su mente la imagen de una de esas enormes autopistas americanas que cruzan el continente americano, de este a oeste y que se adentran en las ciudades, rodeándolas o penetrándolas. Algunas de ellas son espectaculares: cinco carriles por sentido, diez en total. Cuántas veces hemos visto en las películas americanas ese peatón que, milagrosamente, logra pasar de un lado a otro esquivando los automóviles que circulan por ellas. Bueno, pues en Valencia, tenemos uno de esos monstruos, y más cerca de lo que nos pensamos. ¿Dónde? Junto al mar, rodeando a la dársena del puerto de Valencia.

Si no han pasado por allí, les contaré lo que pueden encontrar. Salgan del Grau, de las Atarazanas góticas o de la iglesia de Santa Maria del Mar e intenten llegar a los tinglados modernistas o al viejo edificio del Reloj. Deberán atravesar un primer obstáculo de una fila de coches aparcados y dos carriles de circulación. Luego, otra fila de coches estacionados, tres carriles de circulación, una insignificante mediana y otros tres carriles en sentido a la playa. ¿Y ya han llegado al mar? ¡No! Deberán superar todavía una estrecha línea de separación, una nueva fila de coches aparcados, otros dos carriles de circulación donde la pintura de la Fórmula 1 confunde más que ordena, y, por último, una definitiva fila de aparcamiento. Cuenten conmigo: 4 hileras de coches aparcados más 6 carriles de circulación: 10. Exactamente los mismos que la autopista Interestatal I-80 (que comunica San Francisco con Nueva York) pone a disposición del automovilista yanqui en California. Y más que la US-290 que circula en Houston (Texas), que «sólo» tiene 8 carriles.

A la vieja (y artística) verja de hierro que cerraba la dársena del puerto en época histórica „por cierto, ¿dónde está?, ¿qué se hizo de ella?, ¿quién se la llevó?, ¿se vendió a peso?„, le ha sucedido un cinturón no menos constreñidor, una barrera no menos sólida. Así, en lugar de promover un espacio amable donde las permeabilidad peatonal sea máxima y el paseo amable, el diseño de esta ronda «norteamericana» en el corazón de la Valencia marítima lo desincentiva, separa el Grau de la dársena, algo inconcebible pues tienen un mismo origen, e impone serias limitaciones a hacer de las Atarazanas el Museu Marítim que Valencia merece. En su momento ya critiqué el enorme error de que el plan de la dársena no considerara también a los barrios que la rodean. Al tajo, pues, de la circulación, al profundo foso físico y psicológico que imponen los diez carriles de la circunvalación de la dársena, se superpone el tajo de una planificación administrativa que, al separar a aquella de la ciudad, refuerza el efecto divisor de esta vía rápida en lo que debería ser el corazón de la vida lenta, del paseo tranquilo por un puerto recuperado para el uso ciudadano. Hay que darle profundidad, margen, oxígeno al puerto ciudadano. Solo así, operaciones como la transformación del Tinglado número 2 tendrán opciones de éxito. Este tinglado debería hacerse espacio a codazos si hace falta: derribar la base del Luna Rossa (¿cuándo?) y ganar accesibilidad peatonal reformando la autopista de diez carriles que estrangula, más que rodea, a la dársena.

Compartir el artículo

stats