La Constitución Española de 1978 consagra en nuestro país uno de los principios básicos de las democracias occidentales que no por su componente utópica es menos deseable: la igualdad de todos los administrados ante a la Ley.

En el campo del urbanismo, la Ley se aplica a través de los diferentes Planes Urbanísticos, los cuales, en su jerarquía correspondiente, explicitan el control del poder público sobre los sistemas y procedimientos a los que debe someterse todo usuario. Son normativas de obligatoria y universal aplicabilidad. Vinculan tanto a los particulares como a la propia Administración. Por fortuna, en numerosas ocasiones estos planes recogen un componente de protección patrimonial al efecto de que lo construído perdure en el tiempo para que las generaciones futuras dispongan de material suficiente para comprender los valores de los tiempos precedentes.

Quiero centrar la atención en un punto en concreto de la ciudad de Valencia. Un espacio que las transformaciones urbanas del siglo XX lo han convertido en central, sobre todo a partir de la llegada del ferrocarril y de la demolición del antiguo convento de San Francesc: la plaza del Ayuntamiento.

Es una zona del Casco Histórico de la ciudad ordenada por aplicación directa del Plan General (PGOU) y por el Plan Especial de Protección de la Universitat-Sant Francesc. Ambos documentos, debidamente aprobados y en vigor en su ámbito de la ciudad, no habiendo tenido modificaciones fundamentales.

Como arquitecto recién titulado y allá por el año 1983, tuve la suerte de resultar ganador de un concurso de ideas que se convoco en el ámbito del PERI Universitat Sant Francesc. En efecto, el naciente Instituto de la Pequeña y Mediana Empresa Valenciana, IMPIVA, antes de recurrir sistemáticamente al mecanismo de las adjudicaciones directas, convocó un concurso de ideas abierto para escoger el proyecto mas idóneo para su sede principal de la plaza del Ayuntamiento, denominada entonces del Pais Valenciá. Se había terminado de adquirir una parte del antiguo edificio de Muebles March: las plantas sótano, baja y entresuelo, mas cuatro de las viviendas que recaían a la calle de San Vicente.

El edificio, referente paisajístico del nuevo frente edilicio construido en el periodo de entreguerras, es una pieza sumamente singular e interesante. Proyectado por Cayetano Borso di Carminati cristaliza el nuevo tipo del «rascacielos» urbano en el perfil de una ciudad burguesa que se revolvía con el goce de las primeras grandes plusvalías producto de la especulación urbana de las obras de reforma del centro.

Además del singular y personalísimo perfil urbano, contaba con un cuidado interior elaborado siguiendo las maneras del imperante art-deco; todo ello combinado con un poderoso empuje racionalista que comenzaba a introducirse a partir de las importantes apuestas tecnológicas en él contenidas. Eran dignos de reseñar los trabajos de los falsos techos de la planta baja, dispuestos es una serie de niveles que integraban las propias formas de las luminarias con sentidos dinámicos de decoración; o las carpinterias de la misma planta baja, o los recubrimientos de escayolas en la planta de entresuelo donde un motivo geométrico en zig-zag se convertía en protagonista de un trabajo exquisito de interiorismo que enmascaraba la importancia de las grandes vigas de acero empleadas en salvar una luz de vano impensable hasta la época.

Como redactores del proyecto tuvimos que someterlo a la consideración y tutela de la autoridad Patrimonial correspondiente, quien consideró que las acciones de conservación e integración de las preexistencias con los nuevos lenguajes por nosotros aportados eran válidas y acordes con la normativas de protección. El Art decó y el post-modern llegaron a un acuerdo simbiótico que destilaba coherencia entre la preexistencia y las nuevas necesidades. Y así procedimos y construimos la obra, preservando e identificando en todo momento los numerosos elementos de interés . Y aportando todo aquello que nuestra profesional juventud y buen hacer fue capaz de conseguir. La Administración realizó un importante esfuerzo económico en sanear lo existente y en conservar cuanto se pudo, al menos todo aquello que el planeamiento especificaba como que había que mantener.

Recientemente he paseado por el entorno de la plaza. Siempre me merece una especial consideración acariciar con la vista «el impiva» como familiarmente lo denomino. Cuál no sería mi sorpresa al comprobar que ya no existía. En su lugar tenia las puertas abiertas un comercio; una de esas franquicias comerciales de producto barato que saturan nuestras ciudades y se concentran en los lugares de tránsito turístico.

Deduje que el local había sido objeto de una de esas ventas forzadas a las que se ha conducido nuestra administración autonómica para compensar unas pérdidas económicas desproporcionadas e inexplicables. Movido por la curiosidad y temeroso de lo que podría encontrarme en ese espacio donde tanto esfuerzo deposité no pude mas que inspeccionar todo aquello que resultaba accesible.

Omito los sentimientos personales que fueron varios y en muchos momentos teñidos de indignada rabia; pero simplemente denunciar que la transformación del interior ha sido total. Se ha provocado la alteración arquitectónica de la totalidad del espacio, tanto de la planta baja como de la planta entresuelo eliminando completamente los elementos protegidos por el planeamiento vigente. Es un expolio del tipo mas literal de los posibles. Desconozco que ha ocurrido en el resto de las plantas antes propiedad del Impiva a las que no tuve acceso. Quiero pensar que al menos las aportaciones a ese interior prodigioso que bajo nuestra dirección realizaron artistas tan relevantes para la Comunidad Valenciana como Pertegaz y Hernández o Manolo Safont habrán sido objeto de respeto. De no ser asi seguramente se convertiría en información susceptible de ser trasladada directamente a la fiscalía.

Sirva el presente artículo de prensa para denunciar ante la ciudadanía esta agresión al patrimonio de todos los valencianos y para reflexionar si en realidad, además de la enajenación forzada de nuestro patrimonio también estamos vendiendo nuestra dignidad, la dignidad del respeto hacia la normas de convivencia que nos hemos dado por la cual todos estamos obligados a lo mismo, tanto la Administración como todos y cada uno de los particulares. Si se había podido en el año 84 conseguir respetar el patrimonio con la integración imaginativa de la preexistencia no veo cual es el motivo por el cual ahora se obvie esta obligación, a escasos metros además del propio Ayuntamiento de la ciudad.

Deseo fervientemente pensar que este desastre es producto de una irresponsable «Declaración responsable» de las que llega a tolerar el actual régimen de licencias urbanísticas pero pienso que es mas deseable todavía esperar que la Autoridad administrativa actúe en consecuencia obligando a reponer todo lo que no debería haber desaparecido. En el ámbito de lo inspeccionado, el expolio puede ser reversible.

Nos va en ello nuestra dignidad. Las señas de identidad de los pueblos son el resultado de muchas pequeñas cosas; de aquellos elementos culturales que se han ido creando, se han valorado y se han aprobado preservar; por una franquicia comercial también. La arquitectura de Cayetano Borso di Carminati es uno de esos elementos.