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La historia de Maruja de Guevara

Casi reina de Egipto

El rey del país del Nilo ofreció a la artista valenciana el título de Emperatriz de las Pirámides, pero fue rechazado

Foto autografiada del año 1953.

Maruja de Guevara era algo más que una mujer espectacular. En sus tiempos de esplendor la proclamaban diosa. Seducía, ensimismaba y trastornaba con una belleza deslumbrante, como una Cleopatra de la Antigüedad.

En la Valencia de los años cuarenta, cuando no había televisión y se salía por las noches, los cabarets y salas de fiestas eran centros de reunión de todas las clases sociales. Allí empezó a despuntar aquella chiquilla que todavía no había cumplido los veinte años.

María Carrión Barberá había nacido en Barcelona circunstancialmente, en unas casitas populares de Montjuic, cerca del Tibidabo, ahora desaparecidas. Su madre, Trinidad Barberá Amorós, era de Russafa, y su padre, Manuel Carrión de Guevara, de Cartagena. Al casarse, ambos emigraron a la capital catalana para hacer fortuna. Pero llegaron tarde. Los años veinte estaban en declive y la gran crisis de los años treinta, tras el crack del 29, les obligaron a volver a Valencia.

María quería ser artista. Eso en los tiempos de posguerra era tabú, pues se relacionaba la noche con todo tipo de corruptelas. Sin embargo María era mujer de carácter invencible, y se lanzó al ruedo con el segundo apellido paterno: «Maruja de Guevara».

Empezó en locales valencianos, pero pronto la invitaron en Madrid y otras capitales españolas. Un agente espabilado la fichó para realizar una gira por Oriente Medio, cuando aquellos países todavía vivían bajo una gran influencia occidental y no se habían enquistado las desgraciadas guerras de religión que hoy son endémicas en dichos territorios. Líbano, Jordania, Irán... Maruja parecía tener una especial ascendencia sobre los hombres musulmanes.

Pero su gran triunfo sobrevino en Egipto. En aquellos tiempos la clase alta egipcia vivía tiempos gloriosos, aunque la mayor parte de la población sufría una pobreza exagerada. Los cabarets de El Cairo no tenían nada que envidiar a los de Mónaco y la Costa Azul, pues su principal protector era el derrochador rey Faruq.

Faruq era un vivalavirgen notable. Hijo del Sultán Fuaq y de la reina Nezli, había nacido en 1920, y con sólo 16 años, en 1936, accedió al trono, con el suntuoso título de «Rey de Egipto y del Sudán, Soberano de Nubia, Kordofán y Darfur». Además, al poco tiempo se hizo nombrar «descendiente de Mahoma», para escarnio de los islamistas devotos.

Aventura en El Cairo

Egipto era un país satélite de Inglaterra, con tropas británicas establecidas en su territorio. Durante la Segunda Mundial Faruq llegó a flirtear con los italianos, pues le encantaban los lujos europeos, especialmente los automóviles y las joyas. Pero al final sobrevivió al conflicto en su caparazón de caprichos y voluptuosidades.

La primera guerra árabe-israelí fue nefasta, así como su divorcio de la reina Farida, con quien había tenido tres hijos. Ávido de mujeres, no tardó en desposar a la bella Narrimán, además de coleccionar voluptuosas amantes.

Cuando Faruq conoció a María de Guevara en el Casino Opera» de El Cairo quedó realmente impactado. La persiguió de todas las maneras posibles e incluso llegó a invitarla a un banquete elaborado exclusivamente con varios kilos de caviar exquisito y carísimo. Pero aquella mujer era muy inteligente y le rehuía, pues se daba cuenta de la animadversión que contra el monarca reinaba en el país.

Faruq, enojado por las negativas de la valenciana, pegó una injusta paliza a su esposa Narrimán, quien solicitó el divorcio por malos tratos. Entonces, en una bandeja de oro, Faruq envió una petición de matrimonio a María de Guevara, prometiendo otorgarle el título de Emperatriz de las Pirámides y del Nilo si se casaba con él.

Pero María era más lista que el hambre. Supuso que sólo era un capricho pasajero, y que si se unía al monarca más que una tiara de oro al estilo de Nefertiti lo que conseguiría sería una corona de espinas.

Burlando la vigilancia de los guardaespaldas que la escoltaban por orden del rey, Maruja salió de El Cairo y se embarcó en el puerto de Alejandría hacia Italia. ¡Sublime inteligencia! A los pocos días una conspiración militar derrocaba al rey caprichoso y en menos de un año, tras el breve reinado de su hijo Fuad II, Egipto se transformaba en una república.

María volvió a su país y al poco se casó con un caballero gallego, Enrique García Cambón-Gómez. Tuvieron dos hijos. Silvia y Enrique. Ambos heredaron el espíritu artístico de su madre. Enrique es un creador tan original como bohemio, que además de escultura y pintura, ha hecho espectaculares incursiones en el mundo fallero.

Maruja todavía vive en Valencia, en una lujosa urbanización del extrarradio. Como las grandes divas históricas, desde la Piquer a la Dietrich, se niega a que circule su imagen actual. Prefiere que todos la recuerden como aquella dama despampanante, llena de vida y belleza, que hubiera podido ser Reina de Egipto.

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