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Camals mullats

"Es julio, hace calor"

"Es julio, hace calor"

No le compensa mantener la discusión sobre si ventana abierta o cerrada; aire acondicionado o ventilador. Dormir es una quimera. En su entorno hay quienes sostienen que hace más calor que nunca, otros que hace tanto calor como siempre. Es julio. Recuerda, insistente, que de pequeño le obligaban a ir al cine de verano con sueter y no le sobraba. Estaba más pesado que nunca con el calor.

El calor altera las neuronas, también las de las ciudades. En verano emergen historias, proyectos o situaciones que en invierno nos parecerían disparatadas. Publican encuestas que revelan que los extranjeros se quejan de que Valencia huele mal y que hay carteristas. No son cruceristas, son una horda de Jean-Baptistes Grenouille de sensibles pituitarias que huelen lo que olemos los demás aunque nos hayamos acostumbrado. Dos veces subes al mismo taxi que empezará a creer en el nuevo gobierno municipal el día que quite las flores del puente de ese nombre. Un señor muy serio te comenta el proyecto de crear una escuela de grafitis para gente mayor, tal como al parecer hay en Lisboa. Las ventanas abiertas no frenan las voces agresivas, algún grito desgarrado, carreras y frenazos repentinos.

En esas llega la noche que nos saca a la calle. Cualquier plaza del centro histórico que se precie tiene su espectáculo. Cabalgata, danzas, teatro, música de todos los palos, acrobacias, malabares, monólogos, tradición, modernidad, nostalgia, castillos y fuegos. Hasta hubo sitio para el gran Emilio Solo. El año que viene será diferente, se verá otra impronta, pero fiesta seguirá.

Aún quedarán mazorcas, sonará jazz, se abrirán las plazas a las pantallas de cine, las norias seguirán girando, Viveros trasnochará. En julio Valencia se abre.

Nos gusta tomar la calle, saber que somos sus dueños, aunque sea una noche o una semana en fallas. La ciudad es más pueblo esos días, volvemos a andar despacio, nos fijamos en los detalles de las fachadas, nos podemos parar sin que pase nada.

La locura del calor inunda las terrazas, sube el tono de las conversaciones y se mezcla con el sonido de los televisores de los pisos más bajos. Los que salen a fumar a los balcones en calzoncillos y camiseta bostezan sin parar y se rascan. Hay calles, en nuestros barrios más queridos, en que las sillas ocupan la calzada. Los niños juegan a mojarse y los mayores les rien las gracias. Nos quejamos del calor pero la ciudad ya ha cambiado. No falta mucho para que se pueda aparcar en cualquier lado, que busquemos refugio en tiendas y comercios para refrescarnos. Algunos de nuestros restaurantes favoritos se despedirán hasta dentro de una buena temporada. El ocio se traslada a otros sitios que ya no identificamos. Una rata sale del imbornal y mira desafiante a los viandantes que zapatean para asustarla.

Desea tanto las vacaciones que hace listas de cosas que se tiene que llevar. La mayoría no las usará pero sin ellas sabe que se sentirá extraño. La máxima de llevar la mitad de equipaje y el doble de dinero nunca la podía cumplir. Desde hace más de un lustro arrastra, a destinos variados, los dos tomos del «Hombre sin atributos» de Musil que editó Seix Barral. Vuelven tal como marcharon. Lo sensato es dejarlos donde están. Pesan mucho.

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