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Escultura

La dama de Russafa

No se sabe si es auténtica o una reproducción de un artesano local, pero es similar a la famosa Dama de Elche, que el conseller Marzà acaba de pedir que vuelva a la Comunitat Valenciana - La talla fue adquirida en la antigua fortaleza

El Conseller Marzá junto a la Dama de Elche.

El conseller de Educación, Investigación y Cultura, Vicent Marzà, destaca en el actual Consell por sus reflexiones y rebeldías, tal como titula su interesante blog personal. Es audaz e imprevisible, cosa infrecuente en la actual vida política.

Nada más tomar posesión, Marzá se presentó en Madrid, visitó a nuestra más insigne exiliada, la Dama de Elche, y luego exigió al ministro Méndez de Vigo su devolución. Será muy interesante ver qué pasa cuando mande la izquierda. Marzá no parece un hombre que se rinda fácilmente, y albergo esperanzas de que nos pueda rescatar a la cautiva del museo arqueológico.

La Dama de Elche me recuerda a la «Dama de Russafa», una escultura perfectamente desconocida porque unos pocos conocemos su historia.

En septiembre de 1996 se celebró en Damasco la Séptima Conferencia de Turismo Mediterráneo donde participé junto con otros compañeros escritores, como Rafael Brines. Nada hacía presagiar la guerra civil que actualmente destroza Siria.

Los organizadores planificaron las visitas: Bosra, Ugarit, la cuna de los fenicios, los castillos de los cruzados, el monasterio de San Simeón, Debla y por supuesto la famosa ciudad de Palmira. Hubo un día destinado a Alepo, pero yo no seguí el programa oficial. Contraté un taxi en una compañía llamada «Cham Car» y me fui con Abd Al Inamid, un chófer que apenas chapurreaba el inglés.

Se me había metido en la cabeza visitar la Russafa original, la auténtica, la primigenia. El lugar fundado por los omeyas para su solaz en Siria, y que después había sido reproducido en Córdoba y en Valencia por sus sucesores. La broma me costó 130 dólares de desierto interminable, pero llegué.

Russafa era un lugar sublime, virgen y apartado. No había absolutamente ningún turista. La gente vivía muy modestamente, pero las ruinas de la fortaleza eran soberbias. Allí me explicaron que «Russafa» no significa «jardín» sino «la fortaleza», «la casa poderosa».

El chófer no entendía nada. Todo el rato me preguntaba que a quien buscaba yo en Russafa. Pero mi motivación era tan inaudita que no se la podía explicar: yo iba a contemplar cómo era el lugar que dio nombre a mi lugar. Creo que soy el único valenciano que he estado allí, hoy territorio del Estado islámico.

Palmira tenía una mínima infraestructura turística. En Russafa no había ni una fonda. Uno de aquellos lugareños llamó al chófer y le pidió que le acompañáramos a su casa. Una vez allí, desembaló un paquete y me mostró ese precioso busto de mujer que pueden ustedes contemplar en la foto.

Me deslumbró. Si aquella figura era real, tenía más de 2.000 años. Podía ser incluso un retrato de la reina Zenobia, o de alguna dama rica de la época. Tenía una inscripción en un alfabeto antiguo. Mi mujer, muy práctica, dijo que aquello sería una falsificación para turistas. Pero el problema es que por allí no pasaban habitualmente turistas.

Yo también me incliné por creer que era obra de algun habilidoso artesano local. Pero no me importó. Era una pieza única, labrada a mano, mucho más bonita que las reproducciones en resina que se vendían en los museos.

El sirio me pidió una cantidad desorbitada. Regateé a la baja, pero él lo rechazó. Indignado, le indiqué al chófer que nos marchásemos.

Dimos unas cuantas vueltas por la fortaleza de Russafa. Saludamos a unos niños azorados con nuestra presencia. Teníamos que marcharnos, había sido 6 horas de viaje, y nos esperaba en Alepo una cena oficial tras 6 horas más de regreso.

Sin embargo la imagen de aquella figura no me abandonaba. Ya estábamos en el coche cuando le pedí al conductor regresar. Cuando volvimos el vendedor estaba sentado tranquilamente en la puerta, pasando las cuentas del rosario musulmán. No se levantó hasta que terminó su oración. En todo momento actuó como si supiera que iba a volver a por la escultura.

Pagué el elevado precio y me llevé la pieza. La envolví en una toalla y la metí en la maleta. Nunca la declaré en aduana por si acaso. Si cometí delito, ya está prescrito. Para entonces ya la había bautizado como «la Dama de Russafa».

Desde entonces la tengo en casa. Si es falsa, su autor es un verdadero artista. Si es verdadera, la salvé de la masacre cultural que están realizando los integristas en aquella zona.

Desde hoy la pongo a disposición de las autoridades valencianas. Puede el conseller Marzá venir a verla. Si algún experto quiere examinarla y juzga que debe estar en un museo, la cederé gustosamente a la Generalitat. Sólo pido que le conserven siempre esa denominación: la Dama de Russafa.

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