Como cada jueves a las 12 de la mañana, cientos de turistas se agolpan en la Puerta de los Apóstoles de la Seu para presenciar en directo la sesión del Tribunal de las Aguas. Para muchos no es más que una de las muchas atracciones turísticas que ofrece la ciudad, pero otros llegan con la lección aprendida o dispuestos a aprenderla. «No es un teatro», se esfuerza en repetir Beatriz Vidal al grupo de salmantinos que visitan por ocho días el cap i casal. Esta guía turística oficial intenta que «quede muy claro» frente a otras versiones piratas que en ocasiones transmiten erróneamente el funcionamiento y la historia de la entidad. «El Tribunal no es ningún teatro, no es ni para turistas, ni folclore, sino que es un tribunal con muchísima historia y muchísima importancia para el agua», explica con detalle a los visitantes que la acompañan. Beatriz es de Quart de Poblet, «donde está l'Assut de la Cassola, que es donde está la distribución», apunta. Sabe bien de qué habla, quizá porque siente «mucho interés» por esta institución milenaria.

El ejemplo de Beatriz no siempre cunde en la plaza de la Virgen, donde los síndicos del Tribunal han detectado en más de una ocasión a guías poco rigurosos con la historia de la institución. Lo cierto es que es la mayoría de las cámaras que apuntan a la Puerta de los Apóstoles no buscan más que la foto con cierto contenido histórico, aunque sin saber muy bien de qué va el asunto.

José María Agudo, uno de los jubilados salmantinos del grupo de Beatriz, reconoce que hasta escuchar las palabras de la guía poco o nada sabía del Tribunal. En cambio, Juan, parece muy puesto en la materia. «Los regantes confían sus derechos en el Tribunal; en otros sitios hay cosas parecidas, pero no está legislado como aquí. Esto solo existe aquí en Valencia», explica este pensionista de Alba de Tormes.

Entre los turistas extranjeros sorprende el número de personas que se han empollado la lección. «Ya había leído en un libro sobre Valencia que el Tribunal de las Aguas tenía más de mil años y que no era algo turístico, sino que es como una ley. Esperábamos que hubiera hoy un juicio, pero no lo ha habido», describe con mucho atino Jacqueline, que viene de la localidad belga de Amberes.

El francés Michael también hace gala de un buen conocimiento de la institución, gracias a las enseñanzas de una amiga valenciana que es profesora. «Nos habló sobre el Tribunal y se supone que resuelve problemas sobre el uso del agua. Hay ocho acequias con muchas subdivisiones para regular la distribución del agua. Si surge cualquier problema, ellos vienen al Tribunal y tratan de resolverlo», relata. Sin embargo, la brasileña María Luisa acaba de aterrizar en Valencia y las pequeñas pinceladas que le ha dado su guía sobre la institución jurídica no han servido de mucho: «Nuestro guía nos ha explicado rápidamente qué es? Me he quedado con algunas palabras y parece algo interesante».

Lo que obvian buena parte de los guías es el carácter innovador del Tribunal de las Aguas, que antes de llegar a los juicios pone en práctica la mediación entre los agricultores para evitar llegar al corralet. Algunas personas se quedan con ganas de ver algo más que el cerramiento y las palabras de los síndicos. Quizá es hora de que la institución tenga su propio museo.