­La inauguración del árbol de Navidad de la plaza del ayuntamiento de Valencia no es sólo una tradición recuperada en los último años en la ciudad. También es, posiblemente, el símbolo más aceptado con motivo de la Natividad en la cristiandad. Aunque todos coinciden, obviamente, en la festividad con motivo del nacimiento del hijo de Dios, las diferentes confesiones acogen con más o menos entusiasmo los diferentes aditamentos litúrgicos y festivos.

Pero es el árbol el que, sin duda, une a todos. El Hemisferio Norte, espacio plagado de bosques, entroncaría su origen en ritos paganos, que la cristiandad adoptaría bajo diferentes interpretaciones e iconografías y se atribuye finalmente a San Bonifacio, obispo inglés del siglo VII, los particulares derechos de autor. Cuenta la historia que, tras ver fracasar su labor pastoral en las tierras germánicas, tomo un hacha y derribó un roble sagrado, para lo que le habría ayudado un rayo de,seguramente, origen divino. Los pueblos de la futura Alemania habrían reconocido así la religión verdadera y San Bonifacio reparó en un pequeño abeto junto al roble caído, que adornó e instó a los habitantes a tener un árbol en el interior de sus casas.

La inauguración del árbol de la plaza municipal formó parte de una secuencia ritual que, desde hace más de diez días, se está produciendo en ciudades y pueblos de medio mundo. En el caso de los árboles representativos, con una característica bastante extendida: aunque luego pueda ser recuperable, prescindir del arrancamiento de un árbol vivo y su transplante a una plaza urbana (algo que, por contra, sí que se mantiene con al pino de la Casa Blanca). Cada vez más, los abetos públicos son estructuras de metal, materiales sintéticos y luces led o, en todo caso, árboles preexistentes que se engalanan al uso. En una particular competición por el más original, el más alto, el más colorido o el que tiene más amenidades a su alrededor, componen una particular antología de la originalidad. Eso sí, especialmente para ver de noche.