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Camals mullats

Diez años hace y unas horas

Diez años hace y unas horas

Es infiel a los bares y a las peluquerías. Cada día pide un café corto y abre un periódico virgen. Cada tres meses se corta el pelo. Son deliciosos momentos de silencio, de reflexión. Si esa tranquilidad se trunca, cambia de local. Hace diez años y unas horas entró en un bar, pidió un café y reparó en que era el único cliente. El dueño había decidido que allí no se fumaba. El de al lado estaba lleno, allí se fumaba. Hoy los dos bares son de otros dueños.

Hace poco más de diez años se prohibió fumar en recintos públicos cerrados. Se lanzaron apocalípticas soflamas defendiendo la libertad en contraposición al control sovietizante de nuestras vidas. Se reinvindicó el derecho a enfermar y morir libremente. Se predijo el fin de una manera de vivir. Se anunció la ruina de bares y restaurantes. Se pronosticó que las discotecas se quedarían sin clientes, que los turistas buscarían otros destinos. Los autores de la ley , señalados por el dedo de la intransigencia. Fue una campaña terrible.

Bares y restaurantes siguen existiendo, ampliando su negocio con las terrazas al aire libre. El turismo bate marcas. El aire es más limpio en las discotecas, ya no volvemos a casa con olor a tabaco y los fumadores compulsivos hemos notado que hemos reducido el consumo, que no malgastamos tanto dinero y que nuestra salud sufre menos. Los humanos somos máquinas de olvidar, con tendencia a deformar la realidad. Parece que la batalla contra la ley no existió, que no se utilizaron todos los argumentos imaginables para combatirla, muchos de ellos cerriles, torvos o bastardos. Valencia es una ciudad trastornada por la realidad. Se derrumban sus iconos políticos, embarrados en el fango de sus tropelías. Se engaña a sí misma; olvida su complicidad, sumisión, adulación y falta de sentido crítico que les alentó en la innoble tarea. La realidad golpea sistemática e inexorablemente los sueños que construyeron unos cuantos, arrastrando a unos miles.

Empieza a peatonalizarse la zona de la Lonja y el Mercado Central. Se alude a desconcierto y a contaminantes atascos, al desastre de la desaparición de plazas de la hora, al peligro de los bolardos abatibles, al caos de simultanear esas obras con el soterramiento de contenedores; se intuye que nadie irá a comprar a los comercios vecinos al no poder aparcar. Los vecinos temen que los nuevos bancos sean un foco de atracción para ruidosos botelloneros.

No se preocupen. Dentro de diez años celebraremos que nuestra Lonja respira aire no contaminado y que la Unesco la sigue protegiendo, que las viviendas del entorno se han revalorizado, que las avenidas del Oeste y María Cristina son ejes comerciales de vanguardia, que el Mercado Central incrementa año a año sus visitas, la facturación de los vendedores y la entrada de paseantes que compran con entrega a domicilio. En diez años nadie recordará que se criticara esa peatonalización.

Habían quedado dos veces a tomar café. Siempre en terraza para que él pudiera fumar. Recibió un correo en que ella preguntaba si ese día no habría café. Le prometió dejarlo todo para que lo hubiera. Les gustaba escuchar al otro y reir juntos. Muchos cafés después se siguen escuchando y riendo juntos. Él sigue fumando, en el balcón.

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