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L'ullal

Memoria fugaz

Memoria fugaz

Criticamos a las personas mayores porque almacenan auténticos botiquines en sus domicilios. Las pastillas contra la hipertensión arterial, para mejorar la circulación venosa o para controlar el colesterol se amontonan junto a analgésicos, antiinflamatorios y jarabes bien guardados en los armarios de sus cocinas. Se dice que la mayoría de personas mayores toman demasiados medicamentos, con frecuencia siguen tomando lo que les recetaron un día sin que nadie lo vigile, ni se les expliquen los posibles efectos secundarios que puede conllevar la ingesta prolongada de alguno de esos fármacos. Como los que se toman para inducir el sueño, que un día se los recetaron para poder hacer frente a una desgracia sobrevenida, a una enfermedad familiar grave o a la desaparición de un ser querido, y que pasado el tiempo- ya se sabe que con los años se duerme poco-,los siguen tomando, sin que sean conscientes de que abusar de ellos puede provocar su deterioro cognitivo más tarde.

Juan llegó a la residencia con un informe médico bajo el brazo en el que se reconocía que se sentía confuso, desorientado y olvidadizo. Conservaba todavía su enorme atractivo natural, tenía el pelo rizado, abundante y canoso, y una bonita sonrisa. Era extremadamente cordial, siempre estaba dispuesto a hablar con todo el mundo y le encantaba contar cosas que le recordaran su infancia o su juventud. Repetía una y otra vez divertidas anécdotas de su vida pasada, sus aventuras y también los castigos a los que se hizo acreedor con sus endiabladas travesuras. Detectó fallos en su memoria que empezaron a ser cada vez más frecuentes, alarmado acudió al médico. El neurólogo le hizo una serie de pruebas en algunas obtuvo un magnífico resultado, sus reservas cognitivas eran importantes y mostraba gran habilidad para el cálculo matemático. Aún recordaba las matrículas de los vehículos que tuvo su padre cuando era pequeño, y el número de teléfono de los amigos de su infancia, entonces en su pueblo había una centralita de teléfono que atendía una operadora, la llamaban Paquita.

«Hay que haber empezado a perder la memoria, aunque sea sólo a retazos, decía Luis Buñuel, para darse cuenta de que esta memoria es lo que constituye toda nuestra vida. Una vida sin memoria no sería vida?Sin ella no somos nada». Al principio, cuando a Juan la memoria le empezó a fallar, se disculpaba, se negaba a darle demasiada importancia, seguro que se trataba de una falta de atención debida a la edad. Pensaba para sí, si los expertos le llaman olvido benigno, por algo será.

Pronto el diagnóstico se fue abriendo paso, una acusada pérdida de la memoria reciente le impedía recordar incluso aquellas palabras que el doctor le advertía que le volvería a preguntar más tarde. Casa, zapato, papel, palabras que Juan no lograría recordar más tarde, a pesar de que se le había indicado que se fijara en ellas. Hasta que de pronto, las huellas en su memoria llegaron a ser tan fugaces, que se le amontonaban recuerdos, nombres y caras, sin que fuera capaz de recordar ni siquiera el nombre de su cuidador en la residencia.

En su interior se temía lo peor, sentía verdadero pánico a empeorar más y a que su alterada memoria le pudiera borrar toda su vida de golpe. Como señala Benedetti: a la ausencia no hay quien se acostumbre.

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