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Cambio de paradigma

Los secretos de l'Horta

Miquel Minguet y su esposa Amparo Simó desvelan en sus rutas de «Horta Viva» gran parte de las maravillas que esconde el espacio milenario protegido, en el que destaca por su importancia y valor el Palacio Nolla

Los secretos de l'Horta

Ciudad y huerta son tenidos tradicionalmente por conceptos antagónicos y no complementarios. El viejo equipo de gobierno capitalino equiparaba «ciudad» con asfalto, su objetivo parecía ser urbanizarlo todo para obtener solares, que no quedara ni un vestigio del mundo rural que tanto aportó a nuestro imaginario colectivo. Ahora los nuevos munícipes rescatan el valor los campos, y de hecho el mercado huertano de la plaza del Ayuntamiento el día de su peatonalización ha sido como una reversión de este proceso.

Años antes, en 2009, había un visionario en Valencia que ya vislumbraba los valores de l'Horta. Miquel Minguet Cuartero, natural de Benimassot, lo que hoy llamamos Forn d'Alcedo, empezó a esbozar unas rutas turísticas que acercaran la cultura antigua a los urbanitas, a través de la web «Horta Viva». Pedagogo y diplomado en turismo trazó una ruta de la horchata en Benimaclet y Alboraia, y ahora ofrece una ruta sobre la huerta en invierno. Colabora y ayuda su esposa Amparo Simó, ingeniera técnica agrícola y enóloga, criada en los campos de Almàssera y Meliana.

Acostumbrados al efectismo monumental tipo «Ciutat de les Ciències», la existencia de una «Ciutat de l'Horta» dentro de Valencia nunca suele ser valorado en su justa medida, pese a tratarse de una situación excepcional en Europa. Nos han entrenado para sorprendernos con lo gigantesco y lo caro, cuando teníamos la belleza natural en nuestro propio interior.

Visitar la huerta no es solo ver cultivos, sino entender el ciclo y su regulación; comprobar el reparto equitativo del agua a través de las acequias; comprender una arquitectura peculiar que fluctúa entre la barraca y la alquería; deleitarse con una sinfonía de colores original, arte inmediato al alcance la mano.

Pero en la huerta de Valencia esperan más secretos. Toda la excursión de «Horta Viva» está presidida en la lejanía por el palacio de los Nolla; el gran castillo decimonónico que albergó la fábrica de pavimentos hidráulicos más famosa de la región. En sus tiempos era una potente fábrica con más de mil empleados; en la actualidad es un edificio en decadencia que no ha encontrado fondos para su necesaria rehabilitación. Y por si fuera poco su aspecto ahora sombrío, corre una leyenda sobre un fantasma que habita en su interior.

Miguel Nolla llegó desde Reus en 1860 para comprar la vieja «alquería dels Frares» y convertirla en una industria de baldosas al estilo inglés. Su familia era de la industria textil, pero él quería abrirse a otros campos. ¿Por qué en Valencia? Porque la habían hablado de un buen partido, una rica heredera llamada Juana Sagrera, con la que se casó el 29 de agosto de 1839, entrando en la alta sociedad valenciana.

Sin embargo, la ambición de Miguel Nolla era enorme. Hacía y deshacía a su antojo con la colaboración de sus cuñados, Luis y Paco. Su esposa quedó arrinconada e incluso aterrorizada por un marido al que calificaba de colérico y que «sólo el ruido de sus tacones me hacían temblar». Incluso parece que se propasaba con el abundante personal femenino de la casa, especialmente con una tal señora Davies, a cuyo esposo había contratado como técnico inglés. Juana Sagrera se rebeló contra todo ello y planteó una decisión insólita para su época y clase social: quiso separarse de su marido.

Esta separación, además de un gran escándalo social, significaba la fractura de su fortuna, por lo que Miguel Nolla se empleó a fondo en evitarla. Primero envió a su esposa a pasar unas «vacaciones» con unos parientes en Murcia, luego en Albacete, y finalmente la recluyó en su palacio con orden de que no la dejaran salir. Consiguió la colaboración de dos médicos, Manuel Pastor y Antonio Navarra, a los que pagó bien por un informe en el que corroboraban que la señora tenía una «monomanía» fruto de su «idiosincrasia uterina», producida por la muerte de un hijo de siete años en 1858 y por la lectura de novelas «de esas que ponen en juego grandes pasiones».

Gaspar Dotres, marido de la hermana de su madre, apoyó a Juana Sagrera en su petición de separación. El marido entonces urdió otra trama para neutralizarla. Con la ayuda de sus cuñados la condujo hasta Barcelona para tomar «baños de mar», alegando que todas las barracas del Cabanyal estaban ocupadas. Una vez allí la entregaron al doctor Antonio Pujadas, que la encerró en el manicomio de San Baudilio de Llobregat. El abogado Rafael Monares consiguió que el propio Gobernador Civil de Barcelona se presentara en la institución psiquiátrica para liberarla, y entonces ella presentó una demanda por detención ilegal.

El conflicto tuvo resonancia internacional. El marido hizo traer hasta médicos franceses para demostrar su demencia, sin embargo la Academia Valenciana de Medicina y Cirugía dictaminó que Juana Sagrera «ni estaba ni había estado nunca loca». Hubo tres sentencias condenatorias del marido y sus cómplices, los cuñados y los dos médicos; pero como poderoso caballero es Don Dinero la reina Isabel II les indultó.

Curiosamente esta historia ha sido muy silenciada. La profesora Marta Cuñat Romero publicó un estudio en una revista universitaria, pero nadie se había atrevido a divulgarla en prensa, quizás por temor a enojar a la tataranieta de doña Juana, Rita Barberá Nolla. Sin embargo, la decisión y empuje de Juana son épicos, y a nadie deben avergonzar, sino todo lo contrario. En todo caso es el marido machista el que no queda en muy buen lugar, y sin embargo todos lo aclamaron como gran triunfador social. Su famosa empresa perduró décadas, cerrándose a mitades del siglo XX. Tras los muros del palacio decaído, según cuenta el erudito Minguet, el alma en pena de Juana Sagrera continua vagando. Se separó, venció al mundo y los arcaicos convencionalismos sociales, pero la castigaron duramente, no dejándole volver a ver a sus hijos, que quedaron bajo la custodia de su esposo. En las noches de luna llena, sobre la Huerta se escuchan sus alaridos de dolor reclamando justicia y libertad.

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