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Y sin embargo me quedo

Lavar y marcar

Lavar y marcar

Como cada martes, Rita cruza la puerta de la peluquería, una de las más selectas de la ciudad. De todos modos a ella, poco amiga de los cutreríos propios de los rojos, nunca le ha parecido cara y eso que, ahora que cobra por no asistir a su puesto de trabajo, le sale más rentable que nunca. Quién sabe, tal vez ella, cuya voz atronó durante décadas a largo y ancho del cap i casal provocando admiración respeto y temor, tiene reparos durante las últimas semanas incluso para llamar y pedir cita. Vete tu a saber si hay invitados con tricornio escuchando. Ya ni el whatsapp es seguro, sobre todo después de que se filtrasen sus amenazas a Bonig. Mientras espera su turno, hojea las revistas del corazón, y no toca, ni de casualidad, los ejemplares de la prensa diaria. Desde que no la vigila, parece como si la cargase el diablo. O las hordas comunistas, que para ella, viene a ser lo mismo. Esas hordas que carecen de abolengo para gobernar nada de nada.

Minutos después se abandona a la sensación del agua caliente recorriendo sus cabellos, uno de los pocos momentos placenteros de los que ya le dejan disfrutar. El resto del tiempo la rabia se la come. A Ella, que había puesto a Valencia en el mapa, ahora la perseguían los muy desagradecidos. Una cosa era oír gritar a la chusma desde debajo del balcón del ayuntamiento, y otra ver como hasta sus propios compañeros de partido, que antes jamás hubieran abierto la boca en su presencia sin su permiso, le dan la espalda públicamente. A Ella, nada más y nada menos. Si hubiesen seguido en el gobierno, nada de esto hubiera pasado.

Otra de las clientas, cerca suyo, charla de forma distendida con una peluquera hasta que saca a colación la proximidad de las fallas, y recibe una señal disimulada de la trabajadora para evitar el tema. Afortunadamente, el oído de Rita ya no es lo que era. Después de tantas inauguraciones, grandes eventos, y paseos en Ferrari, al final la imagen que iba a quedar es la de un patinazo durante un acto fallero. Incluso ella misma sabe, aunque jamás lo admitirá, que aquel día fue el principio del fin. Trata de consolarse pensando que no todos la han abandonado. Ahí está Camps, por ejemplo, que no duda en defenderla tras afirmar que los izquierdosos van a por él. Quien no se consuela, es porque no quiere. Pero no todo está perdido. El clavo al rojo al que se aferra es, precisamente, su silencio. Por eso la blindaron en el Senado, por eso no le piden su acta, y por eso se cuidarán muy mucho de dejarla caer. Porque nunca un animal salvaje es tan peligroso como cuando está acorralado. Ellos saben eso, y ella sabe todo lo demás. Lleva toda una vida sabiendo, y callando. Pura omertá. Y puestos a caer, no caerá sola.

Mientras le aplican una capa de laca que encendería todas las alarmas en cualquier cumbre sobre cambio climático, hace llamar a un taxi para que la espere en la puerta. Ya le advirtió su amiga Ana Botella que cuando los acosadores salen de caza cargados de cámaras, ya no respetan ni lugares sagrados como la peluquería. No tendrá que recorrer más de unos pocos metros hasta entrar en el coche que la lleve de vuelta a su guarida.

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