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Entre acequias

De huertas y huertos

La huerta es una actividad económica en sí y un paisaje de perfección geométrica - Los huertos son una actividad de ocio que requiere regulación para evitar el desorden

La huerta de La Torre en los años setenta. francesc jarque (biblioteca valenciana)

Lo que iba a ser la gran aportación arquitectónica del barrio de Sociópolis, la variada muestra de torres de viviendas de diseño transgresor firmadas por renombrados arquitectos, no pasó de ser una maqueta. Fue más bien la idea de Vicente Guallart de prever un espacio para que los vecinos practicaran la agricultura de autoconsumo en huertos comunales „una discutible forma de compensar la pérdida de la rica huerta de La Torre sobre la que el barrio se construyó„ lo que se ha convertido en un hito. Nacía la era de los huertos urbanos, consagrada definitivamente en Benimaclet con el clamor popular que logró convertir en huertos algunos de los solares abandonados de un PAI malogrado por la crisis.

Hasta entonces esta faceta del ocio de los valencianos, tan arraigada entre quienes disfrutaban de una casa de campo, pertenecía a la esfera privada. El fenómeno ha ido creciendo y ha pasado a ser apoyado de modo firme desde el Ayuntamiento a partir del giro político del 2015, hasta el punto de constituir una de las señas de identidad del nuevo urbanismo municipal.

No hace mucho se hizo pública una lista de los huertos a implantar en parcelas públicas que esperan mejores tiempos para ver materializadas las inversiones previstas en ellas. También hemos conocido que en la ampliación del Parque de Benicalap y en la frontera de Nazaret con el puerto cobrará protagonismo esta nueva forma de entender las zonas verdes. Es como si una parte de la sociedad valenciana quisiera redimirse por haber dado la espalda a la huerta histórica durante décadas con los resultados que todos conocemos.

Pero parece que entre huerta y huerto hay algo más que una letra de diferencia. La huerta era (y aun hoy en día es, afortunadamente, sobre todo en el norte) una actividad económica, un afán colectivo muy serio. ¿Cómo se explica, si no, construir y mantener esa compleja red de acequias, o el hecho de que el Tribunal de las Aguas haya sobrevivido más de mil años, o que la gente viviera a pie de campo lejos de las comodidades de los pueblos? El huerto, por el contrario, es una actividad de ocio, aunque se quiera dignificar otorgándole el papel de servir como fuente de autoconsumo.

En la huerta histórica este tipo de huertos no fueron nunca un rasgo distintivo del paisaje. Aparte de pequeños terrenos dedicados al autoabastecimiento junto a barracas y alquerías, sólo podían calificarse como tales algunas parcelas ganadas al cauce del Turia. Más recientemente, la conversión en huertos de parcelas residuales de huerta cercadas por el asfalto nos trae a la mente la imagen del somier y la chapa como materiales de construcción.

Porque pese a ser obvio, en este tema es fundamental considerar el tamaño de la superficie cultivada. En la huerta, pese a ser un minifundio, los campos poseen una superficie notable que conlleva una gran amplitud visual y una forma de trabajar bastante optimizada tras muchos siglos de sabio oficio. La homogeneidad del cultivo y la perfección geométrica del arado, tan alabada como rasgo distintivo de este paisaje, son una muestra. En los huertos, en cambio, predomina la pequeña escala, la heterogeneidad motivada por la diversidad de plantaciones, el cerramiento para impedir el robo... No hay más que mirar a un lado y otro de la ronda Norte para constatar las diferencias.

Se hace necesario sentar las bases de una ordenación a pequeña escala de estos espacios que garantice un nivel mínimo de coherencia en cuanto a materiales y métodos así como un diseño acorde con el entorno urbano en el que se asientan. De lo contrario la imagen de la ciudad podría resentirse, como sucede ahora en Benimaclet, donde prima el desorden y la improvisación. En este sentido los huertos urbanos de Sociópolis han marcado la estrategia a seguir, aunque la experiencia de caminar por ellos es más cercana a un paseo por un jardín botánico que por la huerta. Con todo, el primer intento de integrar los huertos en un parque de la ciudad se debe a la paisajista Gustafson y el resultado lo podremos ver materializado cuando termine la primera fase del Parque Central. Los ciudadanos decidirán si valió la pena restar superficie de pradera, de bosque o de agua para implantarlos.

¿Existen otras estrategias para compatibilizar la vida urbana con el paisaje de huerta? Es común evocar todavía el mosaico en el que vivíamos a finales del siglo pasado en muchos barrios de Valencia, donde se alternaban grandes campos perfectamente cultivados con flamantes bloques de viviendas.

Faltaba tiempo para que llegara la LRAU y la obligación de urbanizar antes de edificar. Sin ánimo de justificar aquel urbanismo improvisado (o más bien ausencia de urbanismo), hay que admitir que estos pequeños parques agrícolas „aunque entonces nadie los llamara así„ podrían llegar a ser recordados con nostalgia hoy en día.

Los huertos con los que se pretende hacer revivir esa convivencia perdida son, reconozcámoslo de una vez, algo muy distinto.

Bienvenidos a la ciudad de los huertos, antes la ciudad de la huerta.

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