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Emoción fallera

Emoción fallera

Metidos otra vez en la vorágine de las fallas. Este año han sido unas fiestas especialmente emotivas. Había mucha expectación ante las primeras fallas sin Rita en el balcón. Pero esto era sólo la anécdota, han sido las primeras fallas de una nueva etapa. Sin embargo los problemas han sido los mismos, decía un amigo que la mayoría de la gente sólo se acordaba que había falleros durante las fallas y más que de ellos se acordaban de su familia. Carpas desproporcionadas, calles cortadas sin sentido, saturación de puestos callejeros, protestas de la hostelería€ Problemas enquistados que sólo surgen en el mes de marzo. El año tiene otros once meses en los que poder racionalizar la fiesta. Me encantan estas fiestas pero no entiendo una celebración que no sea compartida y mientras haya posturas tan aparentemente irreconciliables no lo serán. Surge, como todos los años, el dilema de pasar las fallas al tercer lunes de marzo. Sinceramente hasta que no cambie el modelo de fiesta me parece totalmente inviable. Las fallas se han convertido en una fiesta de noche, las comisiones necesitan financiación y las verbenas se convierten en la manera más fácil de obtenerla. Tener además todas las facilidades para hacerlo conlleva no tener que pensar en otras fuentes de ingresos. Si la ciudad se convierte en un botellón nocturno, lo que no se puede hacer es, además, pasarlo a un sábado. Pero hay esperanza, porque si hay algo que caracteriza a los falleros es su ingenio, a poco que lo necesitaran encontrarían otras vías, seguro. Y por encima de todo está el elemento que siempre se olvida, la propia falla. Este año ha habido obras interesantes tanto entre las clásicas como en las más innovadoras, más conocidas como «raritas». Fallas que apuestan por ofrecer algo diferente, otro tipo de crítica, más dura a veces, como la de Anna Ruiz en Lepanto, la de Nardin en Ribesan o la propuesta de Javier Jaén en Corona.

Decía que habían sido unas fallas emotivas, que se convoque por primera vez un concurso de fallas experimentales en categoría infantil y gane Víctor Valero me parece justicia poética. Lleva como veinte años haciendo fallas infantiles diferentes es todo un clásico de la innovación. Otro momento emotivo fue Cabalgata del Patrimoni, ver la muixaranga de Algemesí dentro de la Lonja apoyando la candidatura de las fallas a patrimonio de la humanidad fue algo único. Ver en el balcón del ayuntamiento a Xavi Castillo durante una mascletà, también. Pero lo más emotivo fue el pasado miércoles. Si alguien se merecía un homenaje ese era Joan Blasco, un acto sencillo pero significativo.

Más de un centenar de dolçainers se dieron cita bajo el balcón del Ayuntamiento venidos desde todos los puntos de la Comunitat Valenciana y algunos de más allá. Blasco recuperó y popularizó un instrumento que ahora hasta los niños asocian con esta tierra. Me comentaba Rafa Solaz que tenía el método que él editó y que supuso la consolidación del instrumento. Su hijo Paco, emocionadísimo, dirigió algunas piezas emblemáticas de su padre y aseguró que su legado estaría a disposición de todo el mundo en San Miguel de los Reyes. Si alguien no recuerda quien era «el mestre» no tiene más que cerrar los ojos e imaginarse un dolçainer, la imagen que le venga a la cabeza, ese es Joan Blasco.

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