Velluters, nombre tradicional que recibían los artesanos de la seda y que extraoficialmente ha servido para denominar una parte del barrio del Pilar (en Ciutat Vella), lleva luchando muchos años por la recuperación de su trama antigua, salpicada de solares ante la irreversible caída o ruina de muchos de sus viejos edificios. La imagen de degradación ha imperado en las últimas décadas, como la que se vive en la calle Vinatea. Sin embargo, también cuenta con pequeños oasis rehabilitados, como el de la calle Sant Antoni, que recupera el esplendor que antaño tuvo el epicentro de la seda en Valencia.
En la calle Sant Antoni no todo está recuperado, pero sí un bonito edificio de ladrillo enfrentado a la calle Rafol, una muestra de la arquitectura que predominó en el barrio hace ya más de un siglo y que, puesta al día, goza de un innegable valor patrimonial y cultural para la ciudad. A su lado se erigió un edificio de nueva planta que, a diferencia de otras iniciativas públicas y privadas muy próximas, sí ha respetado en parte la armonía arquitectónica del pasado.
Los dos edificios de la calle Sant Antoni, el de nueva planta y el rehabilitado, forman una pequeña plaza en la que se ha ajardinado su parte central y que supone uno de los rinconcitos más bonitos de Velluters.
Y mientras al Colegio Mayor de la Seda se le dan los últimos retoques para reabrir tras su laboriosa rehabilitación, el barrio que vivió de la fabricación de estos tejidos, comprueba con desazón cómo los solares y los edificios en ruinas siguen siendo mayoría. De hecho, de espaldas a la calle Sant Antoni „incluso la propia calle, que es un cul de sac„ cuenta con una buena muestra de lo que es la degradación. La calle Vinatea, por ejemplo, donde coexisten edificios viejos habitados, con solares destinados a aparcamientos o circunstancial refugio de personas sin techo, y otras parcelas con excavaciones arqueológicas semiabandonadas.
