La ciudad de Valencia, si exceptuamos sus pedanías, está compuesta por dieciséis distritos, los cuales comprenden setenta barrios. Los hay con una identidad asolerada por los siglos y los hay con unas pocas décadas de antigüedad, cada uno de ellos con su nombre e idiosincrasia.

De los setenta, sesenta y nueve ostentan un nombre que casi siempre hace justicia a su origen y peculiaridades: la Seu, la Xerea, el Mercat, etc. Nombres tan eufónicos como sencillos. Esa autosuficiente y elegante sencillez nominal no existe en el caso que constituye la excepción a esa regla. Se trata del Cabanyal-Canyamelar, uno de los barrios del Distrito Marítimo.

¿Quién tuvo la feliz idea de romper la norma, avalada por la tradición y la historia, de llamar oficialmente a cada barrio por su nombre, cuando emparejó dos barrios vecinos pero con identidades muy bien definidas desde hace siglos como son el Cabanyal y el Canyamelar?, ¿cuándo se le consultó a la población de esos dos barrios su reducción a uno, que ostenta, además - y oficialmente -, nombre compuesto?, ¿hay alguna razón o argumento de peso para haber tomado esa decisión? Demasiadas preguntas sin respuesta.

El Cabanyal y el Canyamelar, antaño partidas y posteriormente barrios del decimonónico municipio Poble Nou de la Mar, separados entonces por una acequia y hoy por una calle son, si se quiere, hermanos, crecidos ambos a la sombra del Grao, pero no son hermanos siameses. Cada cual tiene unos pros y contras y una forma determinada de ver y enfrentarse a los múltiples problemas que un abandono institucional más o menos interesado durante demasiado tiempo les ha generado. Para quien pueda pensar que esta es una cuestión rayana en la frivolidad dada la actual coyuntura político-social, hay que decir que todo lo relativo al nombre que identifica a un colectivo es algo siempre importante y, además, de rabiosa actualidad. Ahí está si no la reciente decisión municipal de modificar en nombre oficial del «Cap i Casal».

Los nombres, siempre los nombres€ Tan importantes son que preocuparon „y ocuparon„ a intelectuales y políticos de todas las épocas y tendencias. Ahí está nuestro Joan Fuster y su «Qüestió de noms».

Los naturales y residentes del Cabanyal y Canyamelar, en su inmensa mayoría, consideran que sus respectivos barrios tienen la suficiente personalidad e historia como para ostentar oficialmente su propio nombre sin la necesidad de ir siempre „ e inevitablemente„ unido al del barrio vecino.

Cuando a alguno de esos ciudadanos se le pregunta de dónde es o dónde vive nunca responde "soy del Cabanyal-Canyamelar" o "vivo en el Cabanyal-Canyamelar". Invariablemente responde que es de o vive en el Cabanyal o el Canyamelar.

Ahora que vivimos un nuevo tiempo político y una nueva dinámica social, creo que no estaría de más por parte de las instituciones reconsiderar esta cuestión, aplicando aquello de «elevar a la categoría política de normal lo que a nivel de calle es plenamente normal» que recomendara en su día un reconocido político español.

Ha llegado la hora de rectificar el resultado de ciertas decisiones tomadas en otro tiempo, llegando a ser inaplazable el „previo debate en los foros pertinentes„ apelar, si procede, a la consulta ciudadana en los sufridos Cabanyal y Canyamelar para normalizar equitativa y democráticamente la cuestión.