Es seguro que a nadie le gusta ver cómo la tierra en la que ha vivido se destruye, se apisona y se planta un megacomplejo. Pero las paradojas de la vida son como son: la casita en la que vivían Amparo Nácher y su marido, Jaime, y donde crió su prole de ocho hijos y donde plantaba verduras sin descanso «está en el sitio donde ahora se venden las verduras en el Carrefour del Saler». Desde hace años trasladó su apego al campo a Castellar, donde reconstruyó una alquería, renunció a la tentación de quedarse en un piso y siguió labrando.

Ayer, el Consell Agrari Municipal la convirtió en la primera mujer reconocida como «Labrador Ejemplar» a sus 82 años y rodeada de una nutrida representación de sus 28 nietos y cuatro biznietos. «No podría pasar sin estar en el campo. Ya sé que es muy difícil, que se trabaja mucho, pero no me imagino en otro lugar». ¿Cuánto ha trabajado? «Mucho, mucho. Como un negro, aunque no sé cuanto trabajan los negros. Nunca hemos parado ni un palmo de tierra». La edad no le ha restado un ápice de lucidez porque recuerda que sus bisabuelos trabajaban en un arrendamiento histórico en la zona de Monteolivete. Y «los viajes en carro, todas las mañanas, al Mercado de Abastos. Aunque fueran las cuatro de la mañana y lloviera a cántaros. A base de vender apio, espinacas, perejil... nada a peso, todo a manojos», detalla.

Una de sus mayores felicidades es que «tengo dos nietos que siguen trabajando la tierra. Me daría mucha tristeza que eso se abandonara». Y demostrando que tiene toda la percepción de lo que pasa alrededor, cuando recibió el galardón hizo un llamamiento «para que no cubran con bolsas de basura negras los tomates, que luego salen como salen. ¿Qué será la misma sustancia?».

Fiesta grande en Mahuella

La población, villa, pedanía o pueblo (Joan Ribó anunció que van a cambiar la denominación de pedanías por pueblos «porque lo primero queda demasiado administrativo) de Mahuella, un pequeño enclave alejado del «cap i casal» pero especialmente coqueto, disfrutó ayer del Día de l´Horta, con una pequeña feria de alimentación, fotografías, misa y la visita del «señor alcalde» y la concejal de Agricultura, Consol Castillo. Ambos aprovecharon para hacer un alegato contra la especulación urbana que tanta huerta se ha tragado y por la protección y puesta en valor de, como dijo Joan Ribó, «la huerta urbana más grande que tiene ninguna ciudad europea y de la calidad del producto que ofrece».

No sólo Amparo fue distinguida por su dedicación a la tierra. También lo fue Silvestre Carceller, de Casas de Bárcena, quien abandonó la oficina por la agricultura y es un defensor declarado de los productos ecológicos: «es difícil que los jóvenes se dediquen a esto si no les damos unas garantías y no les dejamos claro que no somos jardineros, que se puede vivir de lo que producimos». También Vicente Palanca, de Benifaraig, quien tuvo que abandonar los estudios pero prosperó, aumentando sus tierras incluso en el término de Bétera, donde las suyas lindan con las del suegro de Ribó. Y también Daniel Moreno, de La Torre, quien proclamaba que «las cosas se hicieron muy mal hace unos años. Un labrador siempre quiere comprar tierras y no venderlas, como se tuvo que hacer. Si tuviéramos garantías de que de esto se puede vivir dignamente, nuestros hijos continuarán».

Amparo fue la más felicitada. «Los labradores estamos tan pegados a la tierra, que pocas veces nos levantan. Estoy muy feliz, pero somos muchas las que hemos trabajado y hemos criado».