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Autocrítica y reflexión

Autocrítica y reflexión

Tres procesos electorales en un año es mucha tela. No olvidemos que un país como España nunca ha destacado por su interés por la política. A la vista están las estadísticas cada vez que ha habido llamamiento a las urnas. Cierto es que el 15M y todo lo que lo envolvió nos descubrió una ciudadanía indignada que salía a la calle, que se quejaba abiertamente de los excesos con los que el Gobierno trataba de salir de la crisis sumados a los extensos casos de corrupción. Aquellos meses acabaron con el nacimiento de un nuevo partido político, y pilló a contrapié a aquellos que se suponía defendían la izquierda.

Llegaron las elecciones locales y autonómicas, y la indignación se convirtió en cambio real. Aquel resultado en las europeas no fue un espejismo y ciudades como Madrid, Barcelona, Valencia o Cádiz se convirtieron en el símbolo de una nueva manera de ver y ejecutar la política. Las primeras generales nos dieron datos sobre lo que podía venir. La derecha resistía para sorpresa de muchos y la instalación de Podemos en el sistema se dio como un hecho. Pero posiblemente todo se torció en los siguientes meses de transición.

Ni el ciudadano medio estaba preparado para soportar dos campañas casi idénticas en seis meses ni los partidos demostraron altura y madurez en semanas donde los pactos eran algo así como una broma de mal gusto. El PSOE erró al elegir a Ciudadanos como el amigo que facilitaba un pacto imposible (socialdemocracia y neoliberalismo son conceptos antagónicos) mientras en paralelo el votante de los de Rivera se sentía engañado por la traición de su líder al pactar con Sánchez. A su vez, Podemos pecaba de arrogancia y ansiedad en cada una de las intervenciones de Pablo Iglesias y equivocaba su estrategia. Y en medio de un partido de tenis con cierto tufo infantil, Rajoy se frotaba las manos viendo cómo salía inmune de una guerra con un final previsible a pesar de las encuestas.

Lo que ha pasado es inamovible y se abre un nuevo camino. Los votantes que han apostado por la izquierda necesitan respuestas, autocrítica y análisis. Saber que aquello que empezó a moverse, a plantar cara a la vieja política, sigue su marcha. Que el tiempo invertido no ha sido en balde. Que es posible, que esto es un largo camino y que no se va a desfallecer a pesar del bofetón. Que no. Que no más políticas de austeridad auspiciadas por una Europa que ya no es la que nos vendieron hace años. Que, cuando empiece a asimilarse el resultado, tengamos la seguridad de que nadie hizo tanto en tan poco tiempo y que ahora es el momento de consolidarlo.

Valencia es un claro ejemplo de la recuperación del PP, a pesar de tener en marcha tantas y tantas causas con la justicia. Cierto es que la mentalidad y el contexto del votante cambia en función del tipo de elecciones, pero visto lo visto, mejor será que los partidos de izquierdas empiecen ya a hacer autocrítica de lo ocurrido, o los tiempos de cambio pueden convertirse en un espejismo. Por ahí pasa el futuro. Lo primero es recuperar la ilusión por la política, como ocurrió en diciembre. Una de las labores fundamentales para todos los partidos es volver a concienciar y a ilusionar al ciudadano de que el voto, la opción de votar, es un derecho fundamental que hay que ejercer. Sea a quien sea. Porque esa es la única batalla que no debemos perder.

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