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El «Pabellón Municipal» de la Feria de Julio

Feria, horchata y "foods"

El ayuntamiento ya levantó en 1872 un pabellón majestuoso coronado por la Senyera y banderas españolas

Feria, horchata y "foods"

Me extraña que el Ayuntamiento de Valencia, en su afán de potenciar la «Gran Fira de Juliol», no haya tenido la idea de recuperar el «Pabellón Municipal», la estructura arquitectónica que enfatizaba la fiesta. «Pabellón» parece derivar del francés «Papillon» y relaciona la tienda lujosa del señor en una campaña bélica con las alas de una mariposa. Yo todavía conocí los restos del último «Pabellón» en tiempos de Ramón Izquierdo ya muy deteriorado, como una falla deslucida, en los jardines del Real. Desde entonces no se ha vuelto a erigir este caprichoso edificio.

El «Pabellón Municipal» era la puerta simbólica de la Feria de Julio, una construcción exuberante que invitaba a adentrarse en la fiesta. Fue cambiando con los años, pero en su esencia era como un pequeño palacete lleno de colores y detalles suntuosos desde el que se exaltaba lo valenciano en su aspecto más barroco.

En mis devaneos anticuarios compré una acuarela inédita con la imagen del primer Pabellón Municipal de la Feria de Julio. Parece un grabado, pero es una plumilla original después coloreada a mano. Nunca lo he visto publicado en ningún sitio, pese a revisar las concienzudas investigaciones de Gil Manuel Hernández. El cronista Lluís Mesa me sugirió hace poco que lo publicara en esta sección aprovechando la entrada del mes de julio. Es un documento muy interesante porque refleja la preocupación del consistorio por potenciar la nueva festividad entre sus conciudadanos. La «Gran Fira» se había convocado por primera vez en 1871, y al año siguiente, 1872, el ayuntamiento ya levantó un pabellón majestuoso coronado por la Senyera y banderas españolas. Menos mal que un acuarelista desconocido, quizás sorprendido por la magnitud y novedad de la construcción, quiso inmortalizarlo y nos lo ha salvado incluyendo a sus visitantes: señoronas encopetadas y hombres con «saragüells».

El siglo XIX fue muy rico en eventos de este tipo: ferias y exposiciones. En 1878 se celebraba en París su exposición universal y existe una crónica muy divertida de Teodor Llorente que se rasgaba las vestiduras porque habían instalado allí una horchatería cutre cuya horchata era una abominación. Curiosamente el zar de Rusia se detuvo en el puesto y le encantó aquella bebida.

Este año el ayuntamiento novedoso ha rechazado una interesante propuesta de la Asociación de Horchateras Valencianas para celebrar una «Orxata Fest» de música, talleres gastronómicos e infantiles, concurso de bebedores de horchata y todo un compendio de actos chuferos. Demandaban que Valencia se convirtiera en capital mundial de la horchata, ahora que la chufa se ha convertido en una semilla de lujo en todo el mundo. Hasta en el Japón se han detectado partidas de chufa africana solapándose en la denominación de origen Valencia. Pero las autoridades han declinado la propuesta y han preferido un concurso de Trivial Pursuit. Luego se preguntan por qué les ha ido tan mal en las elecciones.

El máximo horchatismo actual corresponde a Josep Dolç, impulsor de «escola de cuina Gavacs» y la asociación «Xufacity» en defensa de la cultura de la chufa. Es un artista de Alboraia que primero trabajó en «Lladró» y luego abrió un estudio de fotografía. Finalmente se decantó por el arte gastronómico. Junto con Elio Campbell Chiappo, peruano de ancestros escoceses e italianos, ha inventado la «paella de xufa y horchata» que se presentó en Godella. Insisten en proponer infinidad de novedades chuferas, desde la chufas garrapiñadas, el pan y el bollo de horchata, el muesli chufero, hasta las empanadillas y rosquilletas de chufa. Todo de producción estrictamente ecológica.

Donde hay mucha paella, y nada de horchata es en el flamante restaurante «Alioli» de Madrid. Dós jóvenes de Canals, Jorge Arándiga y Toni García, han abierto un local de «Valencian Foods» inspirado en la filosofía del «take away» y la comida rápida, pero con un estricto respeto a los productos genuinos del Reino de Valencia. Su paella es excelente, nada que ver con los abominables engendros arrocísticos que ofrece el famoso Mercado de San Miguel para los extranjeros desinformados.

Jorge distribuía alimentación y Toni estudió gastronomía. Eran amigos desde niños, y se lanzaron a presentar la cultura valenciana en la capital española, ya que oficialmente no se hace nada al respecto. ¡Qué envidia de centro cultural «Blanquerna» que tienen los catalanes en Madrid, frente al Círculo de Bellas Artes! En cambio los valencianos hemos de conformarnos con iniciativas privadas llenas de ilusión, como el «Alioli». Tienen todo tipo de arroces, conservas y vinos. Son tan honestos que no quieren tener horchata porque no pueden fabricarla y nadie les garantiza una horchata óptima, a la altura del resto de su oferta.

Valencia ofrece lo mejor de sí misma en sus Ferias, sus exposiciones y sus productos desde aquel lejano 1872 de la acuarela hoy publicada. Aprovechamos para ofrecer a Pere Fuset, concejal de Fiestas, la posibilidad de realizar una reproducción facsímil de esta ilustración a color; la más antigua que se conoce de la «Gran Fira» que celebramos en Valencia cada mes de julio, y de paso animarlo a que recupere el «Pabellón Municipal» como emblema icónico de tan importante celebración.

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