Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

El fácil deporte de ofender

El fácil deporte de ofender

La situación empieza a convertirse en insostenible. Surrealista, me atrevería a decir. La legislación sobre el uso de las redes sociales en este país es tan ambigua como ineficaz o injusta, si tenemos en cuenta los diferentes puntos de vista según el tema a tratar. A todos nos queda claro que el enaltecimiento del terrorismo no queda impune, pero hay más dudas con el acoso, el insulto particular y la agresión verbal.

Escuchaba el otro día en la radio a un tertuliano que, decidido a denunciar en una comisaría sobre un post de un desconocido en el que claramente existían amenazas futuras de agresión hacia su persona, la denuncia no procedía si la víctima no era sabedora al cien por cien de que esa posibilidad de violencia pudiera consumarse en un hecho claro. Y así mil cosas más.

El ejercicio de pasar del anonimato más crudo y conseguir peso por soltar una salvajada en las redes es como poco el cáncer social de estos últimos tiempos, en los que convivimos con una realidad paralela ofrecida por los servicios de estas aplicaciones.

No está bien alegrarse de la muerte de otro ser humano. Nunca. Ni ensañarse públicamente en ella, metiendo el dedo en la llaga y retorciéndolo hasta no poder más con tal de saciar ira, odio, impotencia o por el mero hecho de hacerse de notar o querer dar una opinión. Y en este lío sí se ha metido un presunto profesor valenciano, alegrándose públicamente de la muerte de un torero la pasada semana y dedicando a la familia los peores deseos con insultos varios. Leer lo que escribió de seguido y sin tragar saliva cuesta lo suyo, hiela la sangre y decepciona a partes iguales.

Se puede estar en contra de la tauromaquia, de tantas y tantas costumbres medievales envueltas pícaramente en el trasfondo cultural, y los que nos sentimos convencidos de ello debemos seguir luchando como hasta ahora, a través de otros ámbitos por los que queda claro que, aunque de forma lenta, se consiguen resultados. Pero reír, alegrarse o desahogarse por la muerte de alguien da qué pensar sobre nuestra propia condición, sobre la propia necesidad personal de hacerse notar y dejar clara, a fuego diría, una opinión que habla más de involución que de evolución.

Las mismas redes, sí, esas que utiliza como vía esta persona ya hierven desde hace días pidiendo su inmediata destitución.

Y no debería ser únicamente el mundo taurino el que buscara responsabilidades. Comprendamos que hay oficios donde ciertas conductas en la vida personal de un ciudadano fuera del trabajo, son incompatibles con el puesto que ejercen. Y esta es una de ellas, pertenezca al sector público, concertado o privado.

Cada vez nos damos más cuenta de la repercusión de estas aplicaciones en nuestra vida diaria y las consecuencias que provocan. Quién iba a decirle al cantante Francisco que sus declaraciones públicas escritas difamando e insultando a Mónica Oltra en su cuenta de Facebook le iban a costar tanta exposición pública negativa y hasta la suspensión de un concierto en Asturias por miedo a altercados.

El caso del presunto profesor que se ha jactado de la muerte de otro ser humano es mucho más grave, y debería servir, porque ya va siendo hora, para darnos cuenta y ejercer nuestra responsabilidad con lo que escribimos y decimos. La libertad de expresión es un bien democrático, necesario e innegociable. El respeto también.

Compartir el artículo

stats