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Tradición

Fervor y color el "dia dels Cristos"

En todos los pueblos valencianos, en unos más que en otros, hay especial devoción a un Cristo que se celebra 6 de agosto

El Cristo de Silla, cuya procesión culmina con el «cant de la carxofa». pedro j. picazo

­Hablemos hoy de la primera, que, además de religiosa, es indicativa de que allá donde con más fuerza la celebra el pueblo, éste fue a lo largo de su historia más arabizado, un buen termómetro para los estudiosos y amantes de la historia, la etnografía y la antropología. La mayoría de los pueblos valencianos celebran fiestas patronales en agosto, siguiendo la costumbre rural de paréntesis en el ciclo de las cosechas y hoy de tomar vacaciones en el mes por excelencia.

En cada grupo de fiestas, siempre hay una jornada en honor de un Cristo, siendo la del 6 de agosto fiesta cristológica común en muchos de ellos. Ello se debe a que en dicho día la Iglesia Católica celebra en su liturgia la fiesta de la Transfiguración del Señor, un hecho narrado por los Evangelios en el que Jesús se transfigura y se vuelve radiante en gloria divina.

En todos los pueblos valencianos, en unos más que en otros, hay una especial devoción a un Cristo, lo cual se lo debemos a que en el siglo XVI, el arzobispo Juan de Ribera se empeñó en convertir a todos los moriscos, valencianos de religión islámica, al cristianismo y acentuó en la Diócesis que regía una intensa pastoral cristológica. Visitó todos los pueblos y a cada uno de ellos regalaba una monumental y bella imagen de Cristo crucificado. Se trataba de sustituir la fe en Mahoma por la fe en Cristo. Como les costó y el trabajo era arduo y difícil al final se optó porque Felipe III decretara la expulsión de los valencianos islámicos en 1609.

Por lo general, dichas imágenes eran alojadas en las mezquitas cristianizadas que los muslimes tenían repartidas por entre los campos para hacer sus rezos, costumbre hoy muy viva en los países árabes, especialmente en Omán o Túnez salpicadas por mezquitas rurales. Aquellos templos islámicos sirvieron de base a las actuales ermitas, no pocas de ellas sin retocar su posición original de estar orientadas al sureste, a la Meca. Difíciles de ocultar por su tamaño, casi todas estas imágenes históricas fueron pasto de las llamas iconoclastas de la persecución religiosa 1936-39, cuya memoria histórica últimamente se intenta borrar o tachar con typex. Pasada la contienda hubo que reconstruir, una a una, todas las tallas y sus ermitorios.

Ejemplo cercano y vigoroso de una de estas fiestas de los cristos lo tenemos en Silla, el Cristo de Silla, cuya procesión culmina con el «cant de la carxofa» (en la genuina tradición es una «mangrana») por un niño, una tradición inveterada, que es tal vez el momento de mayor emoción del día, en el que proclama: «Glòria a Déu a les altures/ proclamem per tot arreu/ i humiliem el cap a terra/ front la majestat de Déu./ Al morir en el Calvari/ derramant ta sang preciosa/ feres l´obra prodigiosa:/ de l´home la redempció. /Mira als teus peus al teu poble /que rebrolla d´entusiasme... ah!/ i gojosament celebra la seua lliberació. /Oh llum de claror divina!/ els nostres cors allumena/ i gràcies de tota mena/ derrama per a tot-hom. /I sentint-nos fills de Silla/ i per tant agermanats...ah!/ regne la pau al teu poble/ que és font de felicitats/.»

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