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Divagaciones

Montserrat en el recuerdo

Montserrat en el recuerdo

La triste partida de Alfredo Brotons al misterioso mundo de las sombras, me lleva atrás en el tiempo, al pequeño Salzburgo valenciano. Es volver a ese mismo lugar de la plaza de l'Església, en el que Salvador Seguí se inventó un insólito festival, simplemente al comprobar, con el sonido de sus manos, la acústica de la plaza. La personalidad de Salvador Seguí, permanecerá siempre en ese palpitante mundo de la música.

Es volver a la primera vez que me convocó Salvador en la sala del ayuntamiento. En estos momentos, donde la política es discordante y faltona, volver a un ayuntamiento en que alcalde y concejales dejaban a un lado diferentes ideologías para hablar solo de la organización del festival de un pueblo, que se volcaba en las noches claras y cuyo único lenguaje era la música. Es volver a encontrarse con todos aquellos que se fueron? Me parece escuchar la peculiar voz de López Chavarri: «¿hablo con Salzburgo?».

Todo empezó de una manera muy artesanal: visitas a las autoridades y patrocinadores a los diferentes medios de comunicación, donde el alcalde del momento y Salvador Seguí daban a conocer la Semana de Música de Cámara. Cada año un pintor de nuestro país, realizaba un cartel para la portada del programa cuyo original, pasaba a formar parte de la pinacoteca del ayuntamiento.

Anzo, también se fue? hizo un sugestivo cartel. Recuerdo la pasión con que escuchaba el concierto: «Me he equivocado, en lugar de ser pintor, debería haber sido músico». Montserrat impulsaba la intercomunicación de todas las artes. Un sentimiento unánime vibraba en la plaza de l'Església de la Ribera Alta.

Puntuales a la cita, llegaban los críticos de música de todos los medios. Los primeros años el coche de la policía, transportaba a Gonzalo Badenes. Me gustaba escuchar a Alfredo Brotons y a Gonzalo comentar el concierto?Una noche que cenamos los tres juntos, cada uno habló de su ópera preferida. Atentamente yo, escuchaba. Gonzalo prefería Tristan und Isolde. Para Gonzalo, constituía la obra artística del futuro de la modernidad; el drama más perfecto y logrado de Wagner, quien consideraba la ópera como una espiritualización de las pasiones humanas. Sin embargo, Alfredo se inclinaba por Der Rosenkavalier de Richard Strauss. Para Alfredo, Strauss se había apoyado en uno de los mejores libretos del género; plasmaba una melodía que flotaba por encima de la orquesta y en la que brilla la pureza de los timbres de voces. Al oír a Kiri Te Kanawa, comprendí lo que él decía?En las noches de aquel verano, entre el mar y l'Albufera, escuché las dos óperas y pensé que ambos tenían razón.

Todos los años acudían a Montserrat los melómanos anónimos que se acercaban al encanto de una noche al aire libre, atrapados por la programación. Después del Concierto las mujeres del musical preparaban horchatas y limón granizado, fartons y coca. Alrededor de las mesas se comentaba el concierto y se establecían tertulias. El tiempo nos empujaba, pero la noche nos retenía?

Fui al cementerio para acompañar a Alfredo en su adiós. Recordé un poema de Estellés: «Mai no se'n va anar, la Mort, i es va quedar per a sempre amb nosaltres». Me acerqué a su madre: «No me lo creo?» dijo, mirándome a los ojos? Quedamente respondí: Nadie quiere creérselo, nadie?

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