El rastro de Valencia languidece en su actual emplazamiento junto al estadio de Mestalla encajonado entre éste y los edificios oficiales. El entorno no es particularmente grato y está aislado de la ciudad, sin la cercanía de cafeterías con encanto, pequeños restaurantes ni bajos comerciales que pudieran albergar permanentemente anticuarios y galerías de arte. Nada que ver con el antiguo emplazamiento en la plaza de Nápoles y Sicilia que sí reunía las condiciones anteriores. Probablemente el crecimiento del rastro y la necesidad de proteger el descanso dominical de los ciudadanos sean las causas de su actual localización, lejos del casco antiguo.

Para revitalizar el rastro sería conveniente evaluar otros lugares que permitieran una expansión natural del mismo y su transformación en un referente turístico en esta ciudad en la que nunca faltan visitantes; pero esto, que sería lo óptimo, probablemente sea enemigo de una alternativa rápida que permita mejorar la imagen del rastro.

Se me antoja que algo podría hacerse, incluso en su emplazamiento actual, para devolver a este mercado parte de su esplendor pasado. La existencia de una verja que cierra el recinto, francamente cutre, solo sirve para disuadir al potencial visitante. Entiendo que fue una necesidad en otro momento para evitar el trapicheo y asegurar un mejor control policial de la zona, pero les garantizo que el rastro de Valencia es totalmente seguro para los visitantes y que las únicas infracciones que he contemplado son las de algunos vendedores casuales que acceden al mismo sin la autorización pertinente.

Por otra parte, sorprende que el ayuntamiento se limite a cobrar una licencia y no imponga un mínimo de condiciones a los vendedores. La obligación de exponer sus mercancías sobre una mesa (aunque sea plegable) cubierta con un paño haría que el rastro tomara un cariz de mercado de antigüedades y no de basurero. También debería organizarse por sectores, potenciando la venta mayoritaria de muebles, libros, objetos artísticos, joyería, ropa de casa y de vestir, materiales de construcción, herramientas, electrónica etc€; de manera que diera una imagen más ordenada y permitiera una visita más fácil, aunque sin sacrificar su aspecto diverso y permitiendo la venta de varios tipos de objetos en un mismo lugar.

Los vendedores ocasionales, para los que el rastro ofrece una oportunidad de negocio y un desahogo económico, son la pesadilla actual de la policía municipal y consumen gran parte de su esfuerzo. No se puede autorizar cualquier tipo de transacción pero bastaría con proporcionar una licencia diaria a un precio simbólico con las únicas condiciones de respetar el formato de los puestos y justificar la procedencia lícita de los artículos a la venta.

Ya ven con un poco de tolerancia y un esfuerzo en favor del orden y el buen gusto se podría revitalizar un mercado que supone una segunda vida para los objetos y una oportunidad de beneficio para algunos ciudadanos, a la vez que podría devenir en una atracción turística como lo son los de Portobello, el Marché aux Puces o El Balone.