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Ricardo Subirón Ferrandis

El obispo Subirón

Ricardo Subirón Ferrandis es el obispo olvidado de Valencia, pero una personalidad tan potente que cualquier día puede deparar una sorpresa

El obispo Subirón

Valencia alumbra personajes religiosos donde nuestra proverbial pasión se vuelve carisma. Quizás el ejemplo histórico más evidente sea el padre Francisco Jerónimo Simón, muerto en olor a santidad en el siglo XVII, y que entre los años 1612 y 1619 fue protagonista de una acalorada polémica entre partidarios y detractores de su canonización. Aunque Roma llegó a abrir la causa, diversas vicisitudes políticas impidieron que el Venerable Simón fuera reconocido como santo.

Probablemente esto le suceda al padre Ricardo Subirón Ferrandis, un personaje tan sorprendente como ignorado. Nació el 20 de mayo de 1953 en Riba-roja del Túria. Bautizado y confirmado en la parroquia de la Asunción, tuvo una visión el día de su primera comunión. Al mirar a la Virgen observó como le sonreía y en ese mismo momento decidió ser sacerdote, iniciándose como monaguillo, adorador nocturno y catequista. El padre Lucia le impartió cursillos de latín y orientación vocacional en Alborache, y en 1970 se trasladó a Madrid con los padres colombianos. Quería ser misionero.

El valenciano buscó concretar su vocación religiosa por muchos caminos, a partir de su estancia en el Seminario Conciliar de Logroño y se doctoró en Teología con una tesis sobre «María Inmaculada y España» en el Seminario de la Transfiguración del Señor en Salamanca. Trabajó denodadamente por la Fe católica junto al Arzobispo Pedro Martin Engo Dhin Thuc, legado pontificio de Su Santidad Pío XI. Monseñor lo recompensó ordenándolo Obispo de la Iglesia Católica el 23 de octubre de 1976 en Roma.

Este arzobispo, natural de Vietnam, se salvó de una muerte segura por su participación en el Concilio Vaticano II. En estas fechas se desencadenó una sangrienta revolución en su país que acabó con la mayoría de su familia, sólo por su religión católica. El 5 de mayo de 1980 Engo aprobó en Toulon, Francia, los estatutos y constituciones de la Orden de los Misioneros de la Inmaculada Concepción de María, donde el obispo Subirón acabaría siendo nombrado padre prior.

Monseñor Subirón nunca fue un clérigo de oropeles y palacios. Su principal vocación era servir a Dios a través de la ayuda a los desamparados, quizás inspirado por la Patrona del Reino de Valencia. En aquellos tiempos de la transición los marginados por antonomasia de la sociedad eran los gitanos. Todavía no habían irrumpido las riadas de emigrantes de otros países. Por ello se trasladó al barrio más pobre de Valencia, Nazaret, donde abrió una casa de oración y de actuación directa contra la pobreza.

Subirón nunca lo tuvo fácil. Muchos envidiaban que siendo tan joven hubiera sido ordenado obispo, y él procuró no presumir nunca de esta condición de príncipe de la Iglesia, pues su afán radicaba en trabajar junto a los más desfavorecidos. Siempre lo conocieron simplemente como «el Padre Ricardo», aunque la gran mayoría lo llamaba «el Cura de los Gitanos». Junto a la recordada madre Petra de Torrent realizó una misión de evangelización muy exitosa.

Sin embargo lo requirieron en Francia al nombrarlo prior de los inmaculadistas, y no cejó hasta encontrarles una sede digna. Un monasterio de más de mil años de antigüedad fue la Casa de Formación de la Borgoña, concretamente en Saint-Laurent-En-Brionnais. Desde entonces el «Monastère du Saint Sacrement et de la Sainte Croix» es el epicentro de este movimiento religioso.

La esencia y razón de ser de los inmaculadistas es la defensa y preservación de las tradiciones y ritos antiguos de la Iglesia católica. Por ello han denominado también al obispo Subirón como «el Lefevre español», aunque siempre ha estado bajo el mandato y acatamiento del Papa de Roma. Tanto Juan Pablo II como Benedicto XVI le recibieron en Roma, y este último estuvo barajando incluso la posibilidad de crear una prelatura especial para gitanos y minorías raciales que el obispo Subirón hubiera desarrollado brillantemente.

Actualmente Su Eminencia reparte el tiempo entre Francia y Valencia. En el convento de Francia varios sacerdotes le suplen cuando viaja a su querido Nazaret, para proseguir la obra iniciada hace treinta años. Problemas no le han faltado. Cuando viajó a México en visita evangélica un administrador aprovechado cometió graves desfalcos económicos que constituyeron una prueba más de su fe. Otros hubieran desistido, pero el Obispo Subirón no se rindió nunca.

Este temple luchador se curtió en los lejanos tiempos de la «Batalla de Valencia», cuando no dudaba en acudir con sotana y clériman a cuantos actos valencianistas se convocaban. Valencianoparlante desde la cuna, siempre se destacó como defensor de las señas de identidad autóctonas, siendo de los primeros sacerdotes en introducir la lengua valenciana en actos religiosos, siempre respetando el latín del rito tradicional.

El obispo Subirón será en el futuro como el padre Simón. Muchos lo ubicarán entre la santidad y la herejía, porque cuando alguien tiene criterios propios, y sobre todo los pone en práctica, consigue tantos amigos como enemigos. Entre tanto, sigue su labor mundana de apostolado de los pobres. Es el obispo olvidado de Valencia, pero una personalidad tan potente que cualquier día nos puede deparar una sorpresa.

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