En la última entrevista que dio a este periódico, Rita Barbera decía, con la contundencia que acostumbraba, que quería acabar su carrera política dignamente y en su tierra, en Valencia, junto al mar. Pero no ha sido del todo así. La exalcaldesa de Valencia, la alcaldesa de España durante 24 años, murió ayer a los 68 años de edad en un hotel de Madrid, apenas dos días después de declarar ante el Tribunal Supremo por un supuesto delito de blanqueo de dinero, por entregar al partido 1.000 euros para su campaña sin que nadie se los devolviera, insistió hasta el último momento.

Ya en los últimos meses su aspecto no era el mismo. Este asunto la estaba consumiendo. Desde hace meses se encontraba sola en el más amplio sentido de la palabra, fuera del partido al que dedicó la mayor parte de su vida, acosada por los medios y los lideres políticos de uno y otro signo y pendiente de que los tribunales decidieran sobre su futuro. Había perdido mucho peso y ya no tenía la vitalidad de antaño. Recluida casi todo el tiempo, bien en el hotel de Madrid, donde vivía mientras cumplía con sus funciones de senadora, bien en su casa de la Glorieta, sus apariciones públicas eran escasas y en cada una de ellas sorprendía por su imagen. Los periodistas de Madrid dicen que el pasado lunes, cuando declaró ante el Supremo, apenas tuvo fuerzas para llegar al taxi entre una nube de fotógrafos. Su declaración ante el juez, de manera voluntaria, pero instada por el magistrado, fue su última escena.

A partir de ahí se precipitó todo y el martes declinó pasar por el Senado. No tenía energía para asistir a un pleno o participar en una comisión. Tan evidente era su situación, que su hermana María José decidió irse con ella al hotel para cuidarla. Y así lo hizo hasta el último momento.

A las 7 de la mañana de ayer marcó apresuradamente el teléfono de recepción del hotel Villarreal, donde se alojaba cuando estaba en Madrid, a apenas 50 metros del Congreso de los Diputados. La exalcaldesa tenía un ataque de ansiedad o algo parecido, no podía respirar, según comentaron después los equipos médicos que la atendieron. Inmediatamente se avisó a emergencias y acudió un equipo del Summa, pero después de media hora de maniobras de reanimación, solo pudieron certificar su muerte por infarto.

La noticia se confirmó poco después y la conmoción se apoderó de este país. Mucho más de Valencia. Y muchísimo más de su familia.

En el primer AVE posible, su hermana pequeña, Asunción Barbera, acompañada de su marido, José María Corbín, y de sus dos hijas, viajó a Madrid para hacerse cargo de sus restos mortales y tramitar su inmediato regresó a Valencia. También para asistir a su otra hermana, a la que el dolor le impedía liderar ese siempre farragoso proceso.

En paralelo, el titular del juzgado de instrucción número 43 de Madrid levantaba el cadáver a eso de las 9 de la mañana, y sobre las 11 entraba en el instituto Anatómico Forense de la Comunidad de Madrid. El juez determinó que debía realizarse una autopsia para comprobar las causas exactas de la muerte. Esto forma parte del protocolo que se sigue con todas los fallecimientos en los hoteles, fuera del hogar.

Pero además, el forense José María Souto le realizó un estudio de los medicamentos que tomaba, por si ésta hubiera sido la causa de la muerte. Sus más directos colaboradores, entre ellos el exministro Margallo, confirmaron que arrastraba desde hace tiempo un problema de depresión y estaba muy medicada.

En cualquier caso, nada sorprendente, pues pasadas las 3 de la tarde el juez autorizó el traslado del cuerpo a Valencia. Un furgón funerario, fuertemente escoltado por la Policia, trasladó el cuerpo a Valencia una vez más entre una nube de fotógrafos. Y a última hora de la tarde de ayer llegó a su ciudad natal.

Por fin estaba en Valencia, cerca del mar, con su familia, con los suyos. Pero ya sin vida.