El funeral de la exalcaldesa de Valencia Rita Barberá, celebrado ayer en el tanatorio municipal de Valencia, desbordó todas las previsiones. Lejos de ser una ceremonia íntima, sin políticos ni instituciones, sólo con familiares y amigos, la despedida de la que «siempre será la alcaldesa de Valencia» fue multitudinaria, emocionante y, por momentos, tensa. Envuelto en la Senyera, el féretro reconcentró llantos, vivas a la fallecida y a Valencia, gente para llenar tres capillas y emociones contenidas al son del himno nacional y de un frustrado himno de Valencia que acalló el párroco oficiante. Una despedida intensa como su propia personalidad.

En medio del dolor de las primeras horas, la familia de Rita Barberá, indignada con la situación que había sufrido la exalcaldesa hasta el día de su muerte, pidió públicamente «la conveniente ausencia de las instituciones públicas y los partidos políticos». Sólo aceptarían la visita de familiares y amigos, incluidos políticos que se atribuyeran esa condición. Y ayer por la mañana, el cuñado de la alcaldesa, José María Corbín, amplió su invitación al «pueblo valenciano».

Pero se sabía que eso era ponerle puertas al campo. Por admiración o por curiosidad, el tanatorio se desbordó. Había gente para llenar tres capillas y en el interior la gente abarrotaba hasta los pasillos.

Ante ellos, el féretro de la exalcaldesa, cubierto con la senyera y un manojo de flores blancas. Y en las bancadas delanteras, traseras o de pie, cientos de amigos, la mayoría de ellos políticos, que trabajaron con ella o la siguieron hasta el último momento.

El primero, el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, que acompañado de la secretaria general del Partido Popular y ministra de Defensa, María Dolores de Cospedal, ocupó un discreto asiento en la cuarta fila. También acudieron viejas amigas como las exalcaldesas Celia Villalobos y Luisa Fernanda Rudi; y exministros como José Manuel Soria o Ana Mato, aunque en los corrillos se echó de menos a personajes que un día estuvieron muy cerca de ella como Esperanza Aguirre, María San Gil o Jaime Mayor Oreja.

Del PP regional, el asistente más destacado fue Jorge Bellver, actual presidente del Grupo Parlamentario del PP en las Corts, que un día fue incluso delfín de Rita Barberá. La presidenta, Isabel Bonig, ya anunció a primera hora, a través de su portavoz, que no acudiría.

Y luego estaba todo el Grupo Popular en el Ayuntamiento de Valencia, que compartió trabajo con la exalcaldesa y ahora acusación. También exconcejales que arrastran esas mismas circunstancias, como Silvestre Senent, Francisco Lledó o Miguel Domínguez, diputado regional. También estaba Juan Cotino.

Crítica del cardenal

Todos asistieron a una ceremonia presidida por el cardenal arzobispo Antonio Cañizares, que a la entrada del funeral ya declaró a la prensa que «la condena pública» a la que había sido sometida «no había sido justa».

Pero fue durante el responso cuando la ceremonia se calentó. Cañizares comparó la «persecución» de Barberá con la que sufrió Jesucristo, para luego advertir que no podemos seguir así, que la humanidad debe estar por encima de todo y que la campaña mediática de los últimos años no estaba precisamente en esa dirección.

A continuación, el himno nacional, interpretado por un solitario violín, cortó el aliento. Y poco después rompió a brotar de gargantas espontáneas el himno de Valencia, acallado por el párroco oficiante cuando el canto empezaba a extenderse como la pólvora por la concurrencia.

No faltaron tampoco los vivas, siempre espontáneos, a Rita Barberá y a Valencia y la interpretación de la salve a la Virgen de los Desamparados, que cerró la ceremonia para dar paso a unas palabras de las sobrinas de la fallecida y a una larga ovación de varios minutos.

Al finalizar, la familia dio las gracias y anunció que la incineración de Rita Barberá se haría en la intimidad, así que todos los asistentes se marcharon como vinieron. Para Rajoy hubo gritos de «la habéis dejado caer» cuando entraba, y a la salida, en medio de un baño de multitudes, escuchó una petición: «Acabad con ellos, con los que han ido a por ella».

Después ya sólo quedó el vacío. El vacío y las más de veinte coronas que cubrían las paredes de la capilla. Las había del Congreso, del Senado, del PP provincial y regional, del Ayuntamiento de Valencia, de los dos grandes equipos de fútbol de la ciudad, de la familia, de ciudadanos anónimos, de España 2000 o de la Ciudad Autónoma de Melilla. Todo un ejemplo de lo amplio que puede llegar a ser el aprecio.