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24 años al frente del «cap i casal»

Una larga gestión con luces y sombras

Barberá deja un legado de 24 años en los que transformó Valencia - Apostó por celebraciones como la Copa del América en busca de eco internacional pero se enrocó en la polémica ampliación de Blasco Ibáñez

La exalcaldesa con el expresidente del Valencia Juan Soler cuando presentaron la maqueta del nuevo estadio.

Rita Barberá deja una herencia importante en la ciudad. Desde la urbanización de la Ciudad de las Artes y las Ciencias, hasta la Copa del América con la transformación de la Marina Real y la Fórmula 1, pasando por la llegada del AVE, la ampliación de la red del metro y el inicio de la primera fase del Parque Central. No todos los tantos son suyos, pero la exalcaldesa supo capitalizarlos. En el otro lado de la moneda quedan la degradación social y urbanística del barrio del Cabanyal, uno de los conflictos vecinales que más desgaste le supuso y la falta de aprovechamiento de las millonarias infraestructuras de la Copa América en la Marina Real.

En su primer mandato inaugurado en 1991 se encontró una Valencia necesitada de cambios urgentes. Había barrios como Benimaclet o Benicalap que no tenían siquiera alcantarillado; a la Font d´En Corts no llegaba el agua potable y los poblados marítimos se inundaban cada vez que caían cuatro gotas. La limpieza era una asignatura pendiente que se aprobó con la primera gran contrata municipal (36.000 millones de pesetas).

Entraban en escena las privatizaciones de servicios municipales que ahora el Govern de la Nau trata de rescindir. Ese trabajo se saldó cuatro años después con la primera de las cinco mayorías absolutas que cosechó la alcaldesa. En ese periodo se concretó Piscina Valencia, la depuradora de Pinedo después saqueada, el conservatorio José Iturbi, el Palacio de Congresos, el Bioparc o el polémico «pelotazo» de la Tabacalera, aunque también un sinfín de dotaciones públicas, como los centros de mayores. Eran un vivero de votos y se pasaría de 4 a 50.

El desarrollo de la Ciudad de las Artes y las Ciencias se completaría en los primeros años del nuevo milenio. Con la Copa del América arrancaría además la política de los grandes eventos, que tuvo su punto álgido en 2007 con la celebración de la más importante competición de vela del mundo. Cuando el eco de aquello se apagaba, la Fórmula 1 le dio el relevo. Junto a Francisco Camps, se pasó de aclamar a Ernesto Bertarelli a vitorear a Bernie Ecclestone, que en 2008 forzó un «circuit» en la Marina Real cuya vigencia se mantendría hasta 2012.

Pero el ocaso de esta competición, víctima de sus propios errores y del impagable canon (38 millones de euros) que lastraba a la Generalitat Valenciana, era también el de los grandes eventos. Marcaba el fin de una etapa en la que la opulencia primó sobre la prudencia. El nuevo Mestalla, con su esqueleto deteriorándose, es todo un símbolo de aquellos fastos. Como lo es la Marina Real Juan Carlos I, que ahora debería despegar con el nuevo Plan de Usos, pese a las deudas que arrastra desde la Copa del América y cuya condonación persigue el actual gobierno municipal.

La brutal crisis económica lastró la construcción y la economía productiva de la ciudad. También la de la Generalitat, en manos del PP, y la del Gobierno, en manos del PSOE. Ya no era posible sacar adelante los grandes proyectos, ni los históricos, como el Parque Central -que aún sigue a la espera-, ni los nuevos, como la Marina Real. Tampoco atender a los barrios, pues la deuda municipal era de las más altas de España y el pago a los bancos minimizaba las inversiones.

Barberá se excusó en la marginación a la que les sometía el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, aunque en el año 2010 trajo el Tren de Alta Velocidad. Pero suya era también la paralización del Parque Central, el corredor mediterráneo, la Marina Real y, por supuesto, el Plan del Cabanyal, la gran obsesión de la alcaldesa finalmente frustrada por el Ministerio de Cultura, los tribunales y la tenacidad de los vecinos. Aunque Barberá intentó hasta la extenuación la prolongación de la Avenida Blasco Ibáñez, finalmente tuvo que desistir del empeño. El barrio valenciano modernista a orillas del mar vivió 17 años de angustia e incertidumbre, desde que en 1997 Barberá anunciara un proyecto que generaría adeptos y también muchos detractores. El Plan del Cabanyal dividía - urbanísticamente pero también socialmente- un enclave declarado Bien de Interés Cultural (BIC) con el derribo de más de 1.600 viviendas.

Un mandato de parálisis total

La crisis económica que cercaba al gobierno socialista de Zapatero le permitió a Barberá afrontar las elecciones municipales de 2011 con todas las garantías. Sacó una nueva mayoría absoluta, pero el horizonte se torció cuado el nuevo gobierno que alcanzó Mariano Rajoy, centrado en sacar a España de la crisis, no atendió ninguna de sus reclamaciones pendientes. Su último mandato transcurrió en medio de una parálisis total. Ante esa «marginación» del Estado, Barberá optó por primar la lealtad a las siglas del PP por encima de la ciudad. Algo que la oposición siempre le recriminó, y que acabó desgastándola.

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